No conozco a nadie que haya hecho una inmersión ‘seria’ en África y no haya regresado con los cables pelados. Los primeros días, al regresar a casa, quienes han vivido esa experiencia deambulan como zombies y cada vez que pulsan un interruptor o abren un grifo se les agolpan sensaciones extrañas, como si todo lo que les rodeara contuviese algo de irreal o mágico.
No pretendo idealizar, todo lo contrario, porque África es la realidad en estado puro, un lugar donde todo lo que sucede es ‘de verdad’, auténtico, sin paños calientes ni trufado de formalismos o convenciones. Cuando ves allí a un niño que llora o ríe te invade una sensación de autenticidad absoluta, quizá porque percibes que no hay otra intención que la propia risa o el dolor mismo. Algo muy potente ha debido suceder en ese instante, por muy simple que nos resulte a los occidentales, para que esa gente llore o ría de la forma en que lo hace. Continue leyendo →