Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

Primaveras del demonio… y algo más

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30 años de combates en Sudán para un acuerdo sino-norteamericano (Foto: LUIS DAVILLA)

30 años de combates en Sudán para un acuerdo sino-norteamericano (Foto: LUIS DAVILLA)

Sé que seguimos teniendo pendiente el relato sobre el concepto «ayuda humanitaria», pero hoy abordamos un asunto paralelo relacionado con la manera en que cada cual vive sus experiencias

Hay quienes necesitan viajar unos cientos de miles de kms para darse cuenta de la variedad y casi infinitud del mundo. Sin embargo, nadie olvide que Borges, por ejemplo, no salía casi nunca de su biblioteca interior y, no obstante, su experiencia y aventura literarias son de las más fascinantes que un ser humano haya podido vivir y concebir jamás.

Cuenta sobre todo nuestra psique, nuestra manera de enfocar el mundo, las lecturas acumuladas, nuestra capacidad de resistencia a creer todo lo que aparenta ser y no es… Tiempo de inocencia, tiempo de ignorancia… Sólo a veces la ingenuidad logra ser una buena compañera de viaje.

África, además, es un mundo repleto de circunstancias novedosas para nuestra psique. Quizá lo que sucede allí nos resulte primitivo a veces y eso, aunque también forme parte de nosotros mismos, lo tenemos olvidado. Así, cuando uno penetra, por ejemplo, en una reserva africana o en un Parque Nacional, uno tiende a ver aquello como una explosión de vitalidad de la Naturaleza, sobre todo en época de lluvias. Lo curioso es que, a pesar de la obviedad, los occidentales, nunca vemos en esto una explosión de idénticas proporciones (tal vez mayor) de muerte. Tenemos tendencia a obviar que la vida se alimenta de la muerte, tanto como la muerte se alimenta de la vida. Acaso, pues, en algún sentido, sean la misma cosa.

Quiero decir con todo ello (perdón otra vez por la obviedad, pero no estará de más recordarlo) que si un volcán como el Nyiragongo explota y arrasa el entorno, no lo hace guiado por ninguna intención o ninguna clase de mala fe. Así funciona. Y mejor que no te coja en el lugar inadecuado.

Unos animales mueren para que otros sobrevivan. La cadena trófica se muestra imperturbable, pero, además, también hay muerte gratuita. Si uno pone el pie de forma inadvertida justo al lado de una cobra o de una mamba negra africana (la de la muerte antes de dar diez pasos), ese bicho no te morderá por devorarte. Ni siquiera lo hará con saña, odio, rabia o instinto asesino. Te muerde y a tomar por saco. Nada más. No hay razones para ello, sólo instintos, sólo Naturaleza a pleno rendimiento. Y eso, en África, ocurre a diario y con el mayor desparpajo. Sin límites ni connotaciones. Sin distinciones de raza, sexo, condición o especie. Y ahí, tú ves, ahí sí que somos todos iguales. El anopheles te inocula la malaria cerebral y vete a denunciarlo al juzgado más cercano por atentado contra tu salud, por invasión de la intimidad o por violencia de género. Que te den, colega.

Hace no demasiado tiempo seguía un documental televisado sobre osos polares durante la invernada en busca de una presa. Un oso solitario perseguía durante semanas en una superficie gélida y desierta un buen pez, alguna foca, algún bocado que le permitiera la supervivencia. Después de un relato largo para tan difícil y larga peripecia, el oso avistó unas crías de foca allá en un islote de hielo flotante y el oso se echó a nado, sigiloso, para tratar de darles caza. Mientras tanto, la voz en off del narrador desgranaba una estupidez parecida a esto: “El oso, guiado por su instinto asesino, se dirige hacia su presa…” ¡Puffff! ¿Se puede ser más imbécil? ¿Cómo que guiado por su instinto asesino? Pues sí, eso decía, aquel guión cretino…

Nos han acostumbrado de tal manera a humanizar a los animales y a la Naturaleza en su conjunto que nos han modificado el disco duro. Supongo que tanto dibujito de Walt Disney donde los patos hablan (raro, pero hablan), los ratones se parten de la risa y los pajaritos le tiran besos a Blancanieves y se ruborizan, han terminado por hacernos creer que los osos o los tigres tienen instintos asesinos. Y no, ¡benditos sean!, lo que tienen es hambre. O defienden su territorio. O se sienten amenazados y se defienden, ¡cojones! ¿Tan difícil es de entender?

Claro que luego pasa lo que pasa, como aquellos diputados del PSOE que, en plena era zapatérica del talante, tras una visita a Mallorca de Jane Goodall, la primatóloga sucesora de Dian Fossey en el parque Nacional de Virunga, llegaron a presentar una moción en las Cortes para que se les reconociesen, ¡ojo!, “derechos humanos” (sic) a los monos. No, no dijeron derechos de simios, sino derechos humanos, con ‘toas’ sus letras. ¡Ole!

La histórica mezquita de Djinguerey-Ber en Tombuctú, amenazada ahora por las revueltas yihadistas. (Foto: PEPE ARENZANA)

La histórica mezquita de Djinguerey-Ber en Tombuctú, amenazada ahora por las revueltas yihadistas. (Foto: PEPE ARENZANA)

En otra ocasión curiosa (y entre los ‘amigos’ de este blog hay algunos que no me desmentirán pero que quizá no conozcan esta historia), un grupo de ‘tubabus’ (‘blanquitos’) tuvimos ocasión de alojarnos en una pensionzucha, ajada y elemental, pero mucho más que digna para el lugar en el que nos encontrábamos (la ciudadela de Tombuctú, en el desierto de Malí), nominada con el pomposo, algo rimbombante e hiperbólico rótulo de Hotel Hendrina Khan.

Nada extraño sucedió entonces en un lugar que, como hace unos meses ha podido verse, ocultaba un oscuro Nyiragongo de abrasivos combatientes yihadistas que sólo con un poco más de olfato podía detectarse. Durante aquellas jornadas, la mayoría nos paseamos por aquel hermoso y deconcertante lugar sin temor alguno ni mayor sensación de inseguridad que la de moverse por los callejones del Barrio de Santa Cruz en mitad de la noche. Tal vez menos.

Bien es cierto que algunos tuvimos ocasión de aproximarnos superficialmente a los modos y maneras de conducirse de la autoridad policial cuando quisieron cobrarnos una cantidad respetable a los transeúntes por poner un inútil sello de nuestro paso por la ciudad en nuestros pasaportes. Fuimos citados de urgencia ante la Comisaría. Recogimos los pasaportes de todos y cada uno de los miembros de nuestra expedición y entablamos una superflua y desganada negociación por rebajar un poco aquel atraco. Todo en orden. Naderías propias africanas.

Lo que nadie supo entonces, como tantas otras veces me ocurrió en la vida, es la exacta dimensión provisional de nuestras sensaciones, a menudo falsas por puro desconocimiento e ignorancia: o sea, el pie al lado de una mina que no estalló, la picadura de mamba de la que nos libramos por centímetros, el anopheles que alzó el vuelo justo antes de inocularnos su miseria, etc…

Sólo meses después de salir de allí, este boniato logró apercibirse de que aquel curioso nombre del hotel en el que nos alojamos encerraba una increíble historia digna de las mejores novelas de espionaje de Forsyth, Robert Ludlum, Ken Follet o Larry Collins. Creo que estuvimos encima de una mina a punto de estallar y entonces ni siquiera nos enteramos. 

¿Cuál es la historia que encerraba el anodino nombre de aquel hotel? Veréis…

Abdul Qadir Khan es un ingeniero de Pakistán, nacido en Bhopal (India) en 1936. Ingeniero por la Universidad de Karachi y Doctorado en la de Lovaina (Bélgica), es considerado en el mundo musulmán como el padre de la bomba atómica paquistaní y, por ello, fue elevado al rango de “Héroe Nacional”, pues eso le permitió al país entrar en el selecto grupo de naciones capaces de reventar el mundo en mil pedazos apretando un botón, lo cual, a su vez, obliga a todo el resto de países, en especial a la India (otra potencia nuclearizada) a moverse con cierta deferencia en toda clase de negociaciones en la zona.

Por tanto, ya digo, el sr. Khan es un Héroe Nacional en su país, pero además un ídolo para toda la Umma y los musulmanes, desde el Magreb a Yakarta. Lo cierto es que, a mediados de los 90, el sr. Khan, reverenciado por los islamistas, se movía a sus anchas desde el Sahel hasta Indonesia y decidió montar una serie de ‘bonitas’ empresas en Dubai dedicadas a las cosas más diversas, entre ellas, cómo no, al tráfico de información, componentes y tecnología capaz de permitir la fabricación e instalación de… armamento nuclear.

La fabricación de una bomba atómica no es sencilla y necesita de uno de estos dos elementos claves: uranio o plutonio. Se necesitan, además, importantes cantidades de cualquiera de ellos para extraer, mediante procesos muy lentos, complejos y sofisticados, una pequeña porción de lo que se llama uranio o plutonio ‘enriquecidos’.

No me detendré ahora en explicaros el proceso para obtener el elemento activo de uno y otro, pero sí dejadme que os explique que dicho señor anduvo a finales de los 90 en la zona de Tombuctú, a través de las sucursales de Al Qaida en el Sahel (principalmente argelinos), procurando encontrar abastecimiento adecuado de dicho mineral. Es por esa razón por la que el propio sr. Khan ordenó la construcción de un pequeño hotel en Tombuctú al que, curiosamente, puso el nombre de su mujer, una holandesa llamada… (os dejo unos segundos para averiguarlo por vosotros mismos)… ¡Claro que sí!… ¡Hendrina!

La pensión Hendrina Khan, en Tombuctú, construida por el padre de la bomba atómica del Islam mientras buscaba acuerdos en la zona para el suministro de uranio. (Foto: TripAdvisor)

La pensión Hendrina Khan, en Tombuctú, construida por el padre de la bomba atómica del Islam mientras buscaba acuerdos en la zona para el suministro de uranio. (Foto: TripAdvisor)

Pero hay más. Apenas regresamos de aquel viaje a Tombuctú, este boniato pudo comprobar en la propia página web de dicho hotel (“pensión”, ¡y ya le vale!) que en la presentación del mismo presumían sin ninguna clase de tapujos de que el mismo había sido financiado y era propiedad del “padre de la bomba atómica musulmana”. ¡Con dos cojones! Hoy, excuso, deciros, nada de eso figura en dicha web, como es obvio. Y os explicaré por qué.

En el año 2004, el sr. Khan había cerrado un importante negocio secreto con un tipo llamado Muammar El Gadaffi, comandante en jefe y presidente de Libia que hasta entonces aparecía en las listas del Departamento de Estado norteamericano como uno de los mayores impulsores del terrorismo en el mundo, consistente en la venta de material para una futura fabricación de armas nucleares a su país.

Ya digo que eso no se fabrica en dos días ni de cualquier manera, así que el proceso requería su tiempo y empezar a instalar suministros muy delicados desde los Emiratos Árabes y a través de otros varios países musulmanes para camuflarlo todo.

Hete aquí, sin embargo, que el sr. Gadaffi, ¡vaya ud a saber por qué!, decidió ese año tenderle una trampa al sr. Khan, que podría rehabilitarle, como así ocurrió, ante los ojos de las potencias de Occidente. Gadaffi (tal vez porque el Mossad ya lo había detectado y estaba al tanto de la maniobra) le proporcionó toda esa información a los servicios secretos de algún país occidental y, de repente, una patrullera italiana en el Mediterráneo interceptó un barco que, al ser registrado, almacenaba en sus bodegas, efectivamente, todo aquello que Gadaffi les había soplado.

El sr. Khan, una vez destapado su negocio y a pesar de ser un «Héroe Nacional”, fue recluido en su domicilio por orden del presidente paquistaní, presionado por su principal aliado, la Casa Blanca. Fue, al fin, liberado de dicha floja condena, en 2009. Desde luego, la vigilancia ahora sobre su persona debe de ser completa y minuciosa por parte de varios servicios de Inteligencia. Más nos vale…

Al sr. Gadaffi le bastó añadir a ese ‘favor informativo’ el reconocimiento y pago de la deuda exigida durante años por el Reino Unido tras el derribo de un avión civil, el 103 de la PanAm, sobre Lockerbie en un atentado terrorista financiado por Libia sobre territorio británico.

A partir de entonces, vimos a Gadaffi pisar con sus babuchas en el Palacio del Elíseo, pasearse por Roma con su guardia pretoriana de bellas amazonas e incluso instalar su jaima camellera en un lujoso hotel a las afueras de Sevilla, en los pinares de Oromana. Todo resultaba increíble. El ex inmundo terrorista era ahora recibido por jefes de Estado en toda Europa y se cerraban con él negocios de gas y de petróleo a destajo con toda suerte de honores civilizados. ¡Válgame San Pedro!

Lamento no extenderme ahora en explicar lo que sucedió poco después, y a partir de qué momento, para que otra vez Occidente la emprendiese a gorrazos contra Gadaffi hasta derrocarlo dentro de ese más que sospechoso y apestoso proceso conocido entre nosotros como “primaveras árabes” y que se revela ya como una ordalía de intereses cruzados incomprensible para la mayoría de los ciudadanos de Occidente, pero está claro que Gadaffi no debió jugar bien sus cartas (o trató de engañar esta vez a sus nuevos aliados) y se quedó fuera de juego de tal manera que le costó una revolución con apoyo de los bombardeos aliados en la OTAN y hasta la propia vida. Bye, bye, Shanghai…!

Así pues, amigos, resumiendo mucho: estuvimos alojados en una pensión que tal vez era o fue en algún momento el centro de control de un aparatoso negocio de tráfico de armamento nuclear en mitad de África mientras alegremente nos tomábamos unas cervezas bajo la luna y escuchábamos la música y la voz mágica de Kandya Kouyaté… Como si tal cosa.

 

Los Tuaregs, por lo general, no tienen una visión tan rigorista del Islam, pero a menudo se unen a los yihadistas para defender sus propias reivindicaciones en la zona de Tombuctú. (Foto: PEPE ARENZANA)

Los Tuaregs, por lo general, no tienen una visión tan rigorista del Islam, pero a menudo se unen a los yihadistas para defender sus propias reivindicaciones en la zona de Tombuctú. (Foto: PEPE ARENZANA)

Pero aún cabe señalar que lo de ‘Shanghai’ no es sólo una rima fácil, pues en todo esto que acontece en África, China es la otra pata del jerogífico, la gran pieza del puzzle geostratégico de ese continente que está sobre la mesa. La inmensa penetración silenciosa de China en África es una de las claves para explicar los movimientos tácticos de EE.UU en el Golfo Pérsico y en todo Medio Oriente. La lucha por algunos de los recursos naturales esenciales y por mantener la influencia en el continente africano ha conducido a un entramado de alianzas cargadas de contradicciones y peligros.

Las petromonarquías continúan sostenidas por el amigo norteamericano sin que se vislumbre allí amenaza alguna de falsas ‘primaveras’. El dinero fluye hacia Occidente, a cambio de consentir una expansión prodigiosa y violenta del fanatismo islámico, que se hace fuerte en Europa y progresa hacia el sur del continente negro. La República Centroafricana está siendo víctima en estos momentos de las tensiones provocadas por semejante expansión, pero también Senegal, Ghana, Kenya e incluso hasta Angola sienten ya en sus territorios la presión virulenta de las huestes yihadistas, con continuos secuestros de extranjeros y crecientes amenazas a la población.

La última víctima de este entramado colosal de intereses tal vez sea Sudán, recientemente dividido en dos países, Sudán del Norte y Sudán del Sur. Tras casi tres décadas de combates entre el norte, de mayoría árabe, y el sur de mayoría negra, animistas o cristianos, un acuerdo sino-norteamericano ha venido a repartirse el país dividiéndolo por la mitad. La China National Petroleum Corporation (CNPC), PetroChina y Sinopec se hicieron con los contratos de las mediocres reservas de crudo en el noroeste de Sudán y a la vez se aseguraron el control del oleoducto de Jartum.

Gobernado desde hace casi tres décadas por la sharía o ley islámica rigorista desde Jartum, el norte mantiene su llave de oro con el oleoducto. El sur, por su parte, concentra casi el 90 por ciento de las reservas de crudo y aún continúan los combates entre facciones para hacerse con el poder en el inestable y naciente país. Ambas potencias externas se han reservado, pues, una llave de garantía, haciendo a su vez oídos sordos a la capacidad desestabilizadora del Islam más fanático en la región, cuyas consecuencias más inmediatas pueden verse ya en la zona de Darfur y su prolongación hacia Bangui, capital de la vecina República Centroafricana, donde los franceses conservan su base de operaciones y el Mando Aéreo para la región.

Los franceses ya perdieron en los 90 su capacidad de influencia decisiva en la región de Rwanda y del antiguo Zaire de Mobutu, a manos, como queda dicho, del empuje chino y norteamericano (recuérdese que los 800.000 machetes adquiridos por Rwanda meses antes de que se desatase ‘la cólera del diablo’ en 1994 fueron comprados a… ¡China!, y viajaron a través de Egipto con el conocimiento del entonces secretario general de la ONU, el egipcio Boutros Boutros-Ghali). Uganda continúa siendo el gran aliado de los gringos en la zona.

Ahora, el reparto de intereses se produce algo más al norte, sobre territorio sudanés y países vecinos, mientras que los yihadistas continúan su intento por desestabilizar otras zonas en el Magreb y más abajo, en la zona de tradicional influencia francófona, así como en Nigeria y, a buen seguro, prolongarán la batalla hacia Guinea y el resto del gran golfo africano.

Nunca sabe uno la de veces que inocentemente se ha jugado los cuernos… por pura e infinita ignorancia. La experiencia, a menudo, está en no salir de casa… Saludos.

(To be continued)

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