Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

¡Tírate, cobarde!

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(Ante el cierre de El Correo de Andalucía: mi solidaridad con los compañeros.)

Año 1981… Estudiante de 3º de Derecho y 3º de Periodismo. Mis primeras prácticas como periodista (¿hubo algún periodista en el mundo alguna vez que no hiciese prácticas en la Redacción de El Correo de Andalucía? Lo dudo…). En aquella Redacción, casi conjunta con la del matutino Nueva Andalucía, estaban periodistas tales como Álvaro Ybarra (hoy director de ABC de Sevilla), Ignacio Camacho (columnista de ABC), Francisco Rosell (actual director de El Mundo), Paco Pérez (ex jefe de deportes de ABC de Sevilla y autor de «Celda 211»), el gran Paquiño Correal, cronista de casi todo… y tantos más.

Dirigía el periódico un murciano, Ramón Gómez Carrión. De subdirector, Juan Holgado Mejías, periodista guasón y afable, con un algo dadaísta o surreal, pero de indudable olfato, que había entrevistado a un desconocido «Isidoro» de la clandestinidad que pronto se convertiría en reclamo electoral bajo el nombre de Felipe González Márquez… 

Por aquellos años, primeros de nuestra democracia, revistas como Interviú habían puesto de moda lo que se llamó «periodismo de provocación». Por ejemplo, un periodista se disfrazaba de mendigo y luego narraba en el periódico las vicisitudes y experiencias de una o varias jornadas.

—Oye, mira, he tenido una idea para mañana… Bueno, no, déjalo, porque…, bueno, no sé…
—Dime, Juan, ¿de qué se trata?
—Verás, es que había pensado que…, pero no, olvídalo…, es que no sé si…

Y así mucho rato, merodeando a su presa. Para el caso, yo, periodista imberbe, con ganas de comerme el mundo, dispuesto a todo, lo que haga falta…

Por fin, cuando me tenía en la red, desembuchó…

 —Se trataría de hacer un reportaje sobre uno que se sube a la Giralda y desde allí arriba amenaza a gritos con lanzarse al vacío y suicidarse: un desesperado. Apostaremos fotógrafos y redactores arriba y abajo de la torre para tomar nota de los comentarios de la gente y captar instantáneas con las reacciones diversas de los presentes en la zona… Pero no, déjalo… (insistía el bueno de Juan, sabedor de que ya me tenía en su telaraña).

Me disfracé de parado: alpargatas, vaqueros viejos… Por entonces no había protecciones allá arriba. Me subí al pretil y enseguida, con mis primeros gritos, que anunciaban la tragedia, comprobé que la hermosa torre estaba diseñada para llamar a la oración y que los cantos del muecín se escuchasen desde muy lejos…

Hubo de todo: gente que salía huyendo o que mandaba a los niños con la madre para que se los llevase de allí a toda prisa antes del drama mientras se apostaban con sus cámaras de fotos o de video; curas que salían del Palacio Arzobispal y que, al mirar arriba, aceleraban el paso despepitados o impartían bendiciones; viejecitas escandalizadas de cojan a ese hombre… y algunos gritos irritados, reacción de autodefensa ante el miedo que debía provocarles, de: «¡Tírate cobarde, no tienes huevos!» Eran los cocheros, somnolientos, que reaccionaron en tropel. Después de un rato amenazando con saltar, varios de ellos subían las rampas a la carrera, aunque echando el bofe. Me crucé a varios cuando yo ya descendía a toda prisa con la cabeza gacha, tras escuchar a lo lejos las sirenas de policías y ambulancias. No me reconocieron. Creo que me habrían partido la boca a bofetones por haberles sacado de su plácido letargo matutino y haberles provocado la inminencia del pánico y la tragedia…

A cuatro columnas, con foto, en la contraportada, con el mayor despliegue tipográfico que jamás logré en un diario, ponía eso: «¡Tírate, cobarde!»

 (Ánimo, compañeros.)

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