Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

…O lo pagaremos caro

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Calculen… Si la que habla sobre el Muro de Berlín ante millones de personas por TV dice saber eso, imaginen los que escuchan… Es en ese ‘sembrao’ donde las simientes de los tuerkas, errejones y echeniques carecen de significado alguno para estos ciudadanos con derecho a voto. Y lo pagaremos caro. Europa lo pagará muy caro.
Sostengo desde hace mucho que a lo largo de las últimas siete décadas (como poco), el mundo occidental debió haber demonizado las ideas y a los partidos comunistas de toda laya, del mismo modo que ha venido haciendo con los nazis y el fascismo a lo largo de todo el siglo XX, con alusiones continuas a paradigmas ridículos y hasta con simplezas cinematográficas y propagandísticas de toda especie, en especial desde el fin de la II Guerra Mundial. Es esta la única manera de que, fuere la ignorancia tan supina como la que acreditan estos mastuerzos, siempre permanecería el poso negativo necesario para no aceptar, al menos no sin consecuencias, que muchos se atrevieran a seguir esparciendo tan miserables, dañinas y arriesgadas excrecencias ideológicas.
Habida cuenta que no resulta arriesgado suponer que ignorancia tan atrevida e irresponsable sea excepcional sino, más bien, extensible y generalizada, sobre todo a partir de cierta edad, creo llegada la hora de poder exigir responsabilidades. En primer lugar, a los meros depositarios de tanto vacío; en segunda instancia, a los colectivos de maestros y profesores, públicos y privados, evaluadores cotidianos del desprecio por la Historia y la Cultura, pues enmascarados bajo los principios sacrosantos de la libertad de cátedra vienen perpetrando, so capa de la falta de medios o de los defectos del sistema, un atentado continuo y silencioso carente de respuesta por parte de las autoridades; y en tercer lugar, claro está, a las autoridades en toda la cadena que va desde el presidente de un gobierno y la oposición hasta los últimos responsables de las aulas de no-enseñanza y de desenseñanza en cada Comunidad Autónoma y en cada ayuntamiento.
Aunque no son más ni menos responsables los unos que los otros, creo necesario destacar el palmario y párvulo desinterés que a estas alturas vive ya instalado en el colectivo de enseñantes, ahítos de reivindicaciones de toda clase, aunque sólo se manifiesta y se concreta cuando de las condiciones económicas o de la carga y condiciones de trabajo se trata. A ese colectivo yo le digo que, tras varias décadas de libertades amparándose en el ilustrado principio de autonomía para pensar y enseñar, cabe exigirle mucho mayor rigor, pues ya está bien de acogerse a sagrado pero luego permitirse, sin que nadie diga nada, que los enseñantes de Cataluña, por poner un solo ejemplo, propaguen en sus clases mentiras históricas e histéricas carentes del menor agarre sin que sus compañeros protesten por tamañas tropelías. No, eso no es libertad de cátedra, sino simple licencia para mentir, para adoctrinar, con el silencio cómplice y la anuencia de sus compañeros todos.
Curiosamente, estos colectivos de enseñantes se aprendieron hace mucho que podían y debían agruparse en sindicatos y nunca en colegios profesionales. Quienes reclaman tanto espacio para la libertad y hasta para el libertinaje en su tarea, debieran considerarse a sí mismos en algún momento profesionales liberales y no sólo meros recipiendiarios de la paga del Estado en el ejercicio de su profesión. De este modo, al menos, podrían ser susceptibles de que alguien les exigiera responsabilidades en el cumplimiento de unos códigos deontológicos y de auto regulación que permitieran a un órgano colegiado que les representara la sanción y hasta la suspensión en sus funciones, por depravados o, simplemente, por práctica profesional negligente e ignominiosa, como se hace con un médico que abusara o con un ingeniero al que se le cayera un puente. Demostrar que hicieron cuanto pudieron y que actuaron con la debida diligencia, ya que con un simple bolígrafo de tinta tienen el poder y la atribución suficiente para plasmar su nihil obstat o para todo lo contrario.

Pero no, muchos, no sé si en su mayoría, pertenecen a estas alturas a un colectivo de pensamiento débil e intensamente permeable al poder político y al pensamiento dominante, que prefiere refugiarse en su condición de asalariado aunque disfruta de la libertad que desde el Renacimiento y tal vez antes ganó para las aulas ese respetable oficio que se consagraba al afán de saber con una veneración por su tarea que quizá ni existe. Es por eso que hace siglos el pensamiento europeo declaró inviolables los recintos universitarios, pero no con la intención de que cada cual pudiera hacer de su capa un sayo, sino para acrecentar la posibilidad de investigar sin interferencias del poder político o religioso. No para perpetrar y propagar la barbaridad o el capricho ágrafo y malintencionado de sus beneficiarios, sino para impulsar el clima de creatividad y de solvencia que requieren la Ciencia y el Conocimiento.
No, la libertad de cátedra no puede ser licencia para mentir ni para torcer hasta la imbecilidad o la náusea nuestra Historia o los hechos más banales. Ni tampoco puede suceder que la irresponsabilidad de algunos o de muchos consienta tanto olvido o tanta desmemoria como los políticos ocasionales se permiten introducir en nuestras leyes.
El infeliz y tristísimo analfabetismo que acredita esa muchacha y quienes la escuchan no debiera quedar sin paliativo y sin que alguien persiga a los secuaces que lo hicieron posible. O lo pagaremos caro.

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