Resulta muy curiosa, por no decir alarmante, la perversión del lenguaje cuando se trata de ocultar las cosas y no llamarlas por su nombre… En «1984», Orwell relata que el Ministerio de la Guerra se llamaría Ministerio de la Paz, y el de la Propaganda, Ministerio de la Verdad…
Más cerca de nuestros días, hemos visto en nuestras leyes llamar «matrimonio» a la unión de dos personas del mismo sexo o «igualdad’ a leyes que establecen penas diferentes para un mismo delito si quienes lo cometen y quienes lo padecen pertenecen a uno u otro sexo…
Aún más cerca todavía, vemos en nuestros días que dicen «República» (palabra que ni en su forma ni en su contenido tiene per se nada de condenable ni de atroz) cuando en realidad se están refiriendo a imponer tesis comunistas o estatalistas de diverso signo, de modo que en este país pareciera imposible considerarse republicano y a la vez del ‘tea party’, aunque los miembros del ‘tea party’ pertenezcan en masa al Partido Republicano (sic) en la muy libre República de los Estados Unidos de América…
El marasmo, pues, no está en los conceptos mismos, sino en el uso desangelado y perverso que se hace de las palabras en cuanto sintagmas vacíos de significado y que se rellenan o se trufan de cualquier cosa al servicio de los intereses de los verdaderamente poderosos…
Al aborto, por ejemplo, se le ha envuelto con toda clase de palabrería hueca, trufando el término, como si de un pavo navideño se tratara, de conceptos tales como ‘derechos reproductivos’, ‘planificación familiar’, ‘salud’, etc., lo cual, a pesar de los esfuerzos, no logra ocultar que,lo que sería en realidad una cuestión de crecimiento malthusiano de la población ha de convertirse a toda costa en un asunto enfrentado a la ética o moral individual, representada para el caso por la religión (o mejor, por todas las religiones).
De esta forma, lo que se nos viene a decir es que son las corrientes religiosas las que oprimen la libertad de decisión de los individuos…Y si las religiones son ‘los malos’, lo que se oponga a ellas, son ‘los buenos’. Con semejante cacao, la maniobra está servida: «No me cuentes qué dicen, sino dime quién lo defiende para saber si estoy de acuerdo…»
Los modernos salvadores de escollos naturales mediante componendas ideológicas han logrado hasta la fecha extender entre la población la idea de que matar a un bebé de varios meses es algo (bastante) menos que un asesinato, de forma que se puede predicar la eliminación de millones de seres cada año no sólo sin complejos, sino aceptando el hecho como una mera cuestión de ‘salud reproductiva’ y ‘derechos individuales’.
Pasado el tiempo, no obstante, todas esas piruetas verbales para tratar de presentarlo como una mera trifulca por la conquista de ciertos ‘derechos’, no consigue esconder que quienes manejan estos hilos no lo contemplaron jamás ni lo contemplan como tal, sino como una cuestión social, de control de la población a gran escala en un mundo que ha pasado de 1.000 a 7.200 millones de seres en menos de un siglo.
O sea, hablamos de eugenesia. Pura eugenesia para reconducir la tendencia al crecimiento obtenido mediante los avances científicos y técnicos creados por el ser humano. Visto de este modo, no es de extrañar que se reclamen machaconamente conceptos como ‘sostenibilidad’ (¿sostener a cuántos? ¿cuándo debe empezar el límite y a quién debe tocarles?), o esa peregrina idea de ‘regreso a la Naturaleza’ y ‘lo natural’, como si la Naturaleza en estado inerte y quieto fuese capaz de sostener a una población que no para de crecer.
Con este continuo juego de trampantojos ideológicos, aliados con absurdas construcciones ideológicas tales como el feminismo, intentan tapar la realidad como el que pone un dedo para tapar el sol, aunque lo cierto es que a veces ni siquiera se molestan en ocultarse y les resulta suficiente con confundirse entre la ciénaga millonaria de informaciones que recibimos de forma masiva…