John Garang, el líder histórico del SPLA y de la guerrilla sudanesa, tuvo siempre una piedra en el zapato: Riek Machar, un antiguo subordinado que en 1991, justo cuando el movimiento guerrillero de Garang parecía tener casi contra las cuerdas a las bestias musulmanas y fanáticas de Jartum, decidió emprender la guerra por su cuenta y contra él, dividiendo así a las fuerzas de Garang y forzándole a entretener recursos y esfuerzos en un nuevo frente interno que contaba con el apoyo inconfundible de los islamistas y, a menudo, también con el de las organizaciones humanitarias que operaban sobre el terreno. Lo repetiría muchas otras veces. Hasta hoy.
Las causas que explicarían el apoyo del dispositivo humanitario a Riek Machar son confusas, pero, en todo caso, no fue la última vez que Machar se cruzó en el camino de Garang, arruinándole una y otra vez sus logros en la batalla y truncando la resolución rápida de un conflicto que se ha prolongado ya durante casi tres décadas y que ha causado dolor, muerte y catástrofes humanas a espuertas y difíciles de describir.
Sí, sabemos que Garang era cristiano y dinka; y que Machar es cristiano y nuer, pero esto no explica nada y sólo es un espejismo. Entre los dinka y los nuer no existe, ni existió nunca, esa clase de odio tribal que a muchos analistas les gusta imaginar parangonándolos con hutus y tutsis. Sólo es una excusa a la que agarrarse, pero falsa por completo, carente de significado.
Lo que sí es cierto, repito, es que siempre que Garang alcanzó una posición de fuerza para torcerle el brazo a los fanáticos de la ‘sharia’, las fuerzas ‘amigas’ de Machar se diría que redoblaban sus esfuerzos para golpear al antiguo socio, a la vez que sus comandos eran liberados de posibles ataques gubernamentales. Esto último resulta fácil de entender, pues los islamistas estarían encantados de azuzar a uno contra el otro en una guerra de desgaste contra su principal enemigo, el histórico y carismático Garang, principal motivo de preocupación para el presidente sudanés, Omar Bashir, y para su líder religioso en el Frente Islámico Nacional, Hassan-al-Turabi.
Más confuso resulta que en esas reapariciones constantes de Machar en contra de Garang, el primero haya recibido constantemente el apoyo directo e indirecto de la “Operation Lifeline Sudan” (OLS), macro dispositivo de ayuda humanitaria capitaneado por Naciones Unidas, el más largo y más caro de su Historia, en el que colaboran decenas de ONG’s de todo el mundo occidental sumidas y espoleadas como caballos de carreras en el negocio de lo humanitario.
A este boniato se le ocurren varias razones que quizá lo expliquen, pero se trataría de un juego tan sucio e ignominioso que se le despiertan arcadas irresistibles… Así, por un lado, la “OLS” lograría congraciarse con las autoridades de Jartum favoreciendo intereses recíprocos, bajo cuyo consentimiento operan en el país para el suministro de víveres y medicinas y para el despliegue de sus equipos de emergencia. Cuando en algunas ocasiones intentaron proceder al margen de los permisos del Gobierno, los convoyes fueron bombardeados por la aviación, y, a veces, masacradas las poblaciones a las que se pretendía distribuir alguna ayuda. Otra vez el dilema eterno e irresuelto de las ONG’s sobre de qué cojones sirve ‘ayudar’ a quienes no puedes ayudar sin el permiso del enemigo, lo cual termina por convertir a los organismos de ayuda humanitaria en un arma más de libre disposición para los asesinos.
Pero aún puede ser peor, porque si pensamos que Garang pudo haber logrado mucho antes los ansiados acuerdos de paz con el Gobierno islámico, esto habría supuesto, tal vez, la mejora a corto y medio plazo de las condiciones de vida en toda la región y, con ello, el desmantelamiento progresivo del mecanismo logístico más bestial concebido jamás por el ser humano para atender las necesidades de una población en peligro.
¿Quizá muchos implicados en la tarea no estuvieron nunca interesados en la efectiva y tempranera solución de un problema que a estas alturas parece ya eterno y que ha movilizado miles y miles de millones de dólares en recursos de todo tipo, entre ellos el de sueldos millonarios libres de impuestos de toda una cúpula administrativa con una vida regalada que se prolonga desde los campamentos de Sudán a la base de Lokichokio, al norte de Kenia, continúa por las inmensas oficinas de las Gigiri Hills en Nairobi, y se prolonga hasta las orillas del East River en Manhattan, sede de la ONU, para finalizar en los bolsillos de los contribuyentes de los países ricos? Y así, durante nada menos que… ¡30 años!
Si esto fuese realmente así, sólo una pizca, quizá lo mejor que nos podría pasar es que alguien arremetiese duramente contra el monumental tinglado y lapidase finalmente ese dispositivo buenista de dimensiones colosales que fulmina cantidad de dinero suficiente para reconstruir ese país cincuenta veces. Y el problema es que tiene muchos visos de ser realidad, por más que nadie quiera señalar la vergonzante desnudez de ese monarca del oprobio humanitarista con la sempiterna excusa de que se salvan vidas.
Y no. El verdugo que contribuye decisivamente a prolongar el conflicto no puede ser considerado, a la vez, el salvador de nadie. Quien les roba el agua y destruye sus fuentes no puede aparecerse con un vasito en la mano para dar de beber al sediento. Quien amarra a la víctima a su potro de tortura no puede ser considerado el benefactor que dice untarle un poco de bálsamo en la espalda antes de arrearle otros cien latigazos… Esto es una jodía barbaridad.
Pero esto es lo que tenemos.
A lo largo de la década de los 90, John Garang, acompañado de su estratega militar, el comandante Salva Kiir, recibía apoyo armamentístico de Uganda, Eritrea y Etiopía, y varias veces el SPLA-M logró sentar a la mesa de negociaciones a los islamistas Bashir y Turabi, logrando avances esperanzadores para la paz. En una de esas ocasiones, incluso, Garang, con el apoyo de George W. Bush, alcanzó acuerdos con otros movimientos políticos de musulmanes moderados opuestos a la ‘sharia’, consiguió que se le devolviese al país una configuración federal y obtuvo importantes concesiones de Jartum en cuanto a control de las principales ciudades del sur y de los territorios que acumulan los recursos petrolíferos.
Sin embargo, Riek Machar (otra vez Machar), actuaba siempre como la piedra del mechero que encendía la mecha en el bosque seco para dificultar o desbaratar los acuerdos, presentándose a sí mismo como la verdadera esperanza de una solución y protestando contra Garang, al que acusaba de ser un dictador que acumulaba poder y que no empleaba métodos democráticos… Verdaderamente irritante su discurso en mitad de una catástrofe de tales proporciones en la que lo que se ha jugado siempre no ha sido cuestión de matices sobre la limpieza democrática de nadie, sino sobre la muerte inminente de cientos de miles de vidas humanas por inanición y enfermedades en un escenario pavoroso, dantesco…
En 1993, Riek Machar se encontraba en el epicentro de una de las tragedias más tremebundas vividas en el sur, causando hambrunas insólitas, de una proporción sólo comparable a las de Etiopía en los años 80 o Biafra a comienzos de los 70. Casado con Enma McKuen, una británica, blanca y de ojos claros, Machar deambulaba, sembrando el terror y la miseria, a resguardo de inconveniencias bajo la protección de la ‘humanitaria’ “Operation Lifeline Sudan”.
Apenas unos años después de aquello, Machar accedió a formar parte del Gobierno de Jartum como vicepresidente, aprovechándose precisamente de las conquistas de Garang y de la ruptura de la alianza de gobierno entre Bashir (civil) y Turabi (clérigo). Éste último, rota ya la coalición de gobierno del Frente Islámico Nacional y expulsado de la dirección del país por su socio, terminaría siendo deportado en 2001 tras un breve pacto con el propio Garang.
Debe decirse que la guerra en Sudán no es tanto una acción constante de bombardeo o de conquista efectiva de territorio y prisioneros cuanto una acción continuada y lenta de hostigamientos ocasionales, inseguridad, acciones de tierra quemada, saqueos arbitrarios y, en definitiva, de siembra del terror permanente entre los civiles.
Casi nadie entiende nada y las poblaciones, por lo general, no están adscritas a ningún bando. De repente, surge un comando que arrasa una o varias aldeas, diezma a sus habitantes y luego pone en fuga a millares de personas que caminan por cualquier lado sin tener a donde ir. A menudo, millares de familias vagabundas cesan en su caminar, impedidas de ir a parte alguna, hasta que en unas semanas o unos días no tienen ya nada que comer, salvo los lirios de los pantanales. Entonces, las escenas se hacen tremebundas y, llegado el caso, la “OLS” las detecta, pone en marcha su descomunal operativo y lanza sus voces de alarma para seguir fagocitando la miseria sin perspectiva alguna de solución. Niños y viejos mueren en los huesos, las mujeres se deshacen como azucarillos en su propia delgadez de pellejos y toda clase de enfermedades asociadas a la hambruna golpean sin piedad. Machar, entre tanto, continúa con su bla, bla, bla sobre la democracia interna o sobre cada paso de Garang y sus muchachos… Y la “Operation Lifeline Sudan”, aumentando sus estadísticas de la infamia humanitarista.
Al fin, en 2002, tras la escisión del Frente Islámico Nacional y un alto el fuego, Garang arranca al Gobierno de Jartum en 2005 los acuerdos de paz de Kenia, que incluyen el inicio de un proceso para la separación definitiva de Sudán del Sur. Quedan atrás unos dos millones de víctimas (la mayoría civiles y la mayoría por hambre), unos 4 millones de desplazados internos, casi un millón de refugiados en países limítrofes…
En esos acuerdos, que se fueron plasmando a la vez que se registraba la crisis de Darfur, en el noroeste, donde grupos rebeldes fueron aplastados por las milicias islámicas ‘janjaweed’ de Jartum, se recogía un proceso de seis años para llegar al referéndum vinculante de autodeterminación, la no aplicación de la ‘sharia’ en el sur, la participación en la Asamblea Nacional del SPLM como un partido reconocido legalmente, el nombramiento de un vicepresidente primero en Jartum por parte del SPLM, el reparto equitativo de los ingresos generados por el petróleo hasta 2011, fecha de la consulta, y otras reformas constitucionales y garantías civiles para los no musulmanes.
Quedaba por resolver (y aún sigue pendiente) la cuestión de las montañas del Kordofán Sur y de las tribus nuba, cuyas propiedades fueron usurpadas en su día y masacrados por los árabes sin la menor piedad, además de otros asuntos, como la delimitación exacta de fronteras (asunto capital para definir la explotación petrolera en las regiones de Abyei y Nilo Azul) y algunas otra reivindicaciones regionales.
Todo parecía por fin encarrilado, con Machar esta vez en segundo plano, pero los renglones torcidos de la tragedia estaban por escribirse y Garang, como un nuevo Moisés, no llegaría a ver el final del éxodo de su pueblo para conducir su entrada en la Tierra Prometida. Ese mismo año, el 9 de julio, el líder histórico, John Garang, es investido vicepresidente primero de la República de Sudán, junto a Bashir. Sin embargo… el 31 de ese mismo mes, el helicóptero en el que viajaba Garang, junto a otras trece personas, de regreso desde Kampala, donde se había entrevistado con el presidente ugandés, Yoweri Museveni, su siempre fiel aliado, que cuenta con el apoyo de EE.UU., se desploma y fallecen todos sus ocupantes. Su entierro en Juba, la actual capital de Sudán del Sur, se vio precedida de sangrientos motines y revueltas, en especial en Jartum, pues muchos desconfiaron de que se tratara en realidad de un accidente. John Garang resucitaba en la imaginación del pueblo como una prolongación del gran profeta.
Vuelta a empezar. Muerto Garang, Salva Kiir, su estratega y jefe militar del sur, le sucede como vicepresidente en el Gobierno de Jartum y asume la presidencia provisional del futuro país. Por su parte, el enconado Riek Machar, el incendiario que siempre había jugado a la contra de Garang, releva y asume los cargos de Kiir como jefe militar y vicepresidente del sur.
Kiir insiste a sus partidarios en que, pese a la trágica desaparición de Garang, los acuerdos siguen vigentes y sus llamamientos a la calma no consiguen evitar el linchamiento de diversos grupos de musulmanes en la capital del sur, Juba. Pese a ello, Kiir sostiene una imagen de moderación política homologable a nivel internacional, a la vez que el presidente, Bashir, es condenado en La Haya por genocidio, crímenes de guerra y abusos de todo tipo, convirtiéndose en un apestado para la diplomacia. El vicepresidente primero asume su papel y, en nombre de la República de Sudán, visita a George Bush en la Casa Blanca, quien le regala uno de los célebres sombreros tejanos ‘Stetson’ que ahora luce en todas sus comparecencias y que Kiir ha convertido en una de sus señas de identidad.
En los años que siguen hasta 2011 para la celebración del referéndum, los conflictos y enfrentamientos regionales surgen una y otra vez, sobre todo por la delimitación de algunos territorios, en especial en la zona de Abyei, donde se encuentran importantes yacimientos petrolíferos. Bashir y Kiir someten la cuestión al Tribunal de Arbitraje Internacional, quien resuelve a medias la cuestión y deja en manos del norte algunas destacadas explotaciones que están participadas por la China National Petroleum Corporation (CNPC).
No obstante, un año antes, en 2010, se celebran elecciones tanto en el norte como en el sur. En el norte, Bashir gana ampliamente a sus adversarios en las urnas. En el sur, el SPLM de Kiir arrasa con el 93% de los votos frente a otro candidato presidencial cuyo perfil se asemeja mucho al historial de deserciones y conflictos puntuales de Riek Machar.
Un año después, sí, se celebra el referéndum de autodeterminación, donde, pese a las acusaciones de abusos y manipulaciones, nadie duda de que el resultado de un 98% a favor de la independencia y más de un 90% de participación (era imprescindible una abstención inferior al 40%) resulta incuestionable.
A partir del referéndum y tras muchas promesas y buenas palabras en las ceremonias, bajo el amparo de una Misión de Paz de Naciones Unidas y la OUA, Sudán del Sur inició su andadura. Los conflictos regionales siguen abiertos, especialmente en la zona fronteriza con el vecino del norte, donde se concentran los yacimientos petrolíferos. Falta por desarrollar acuerdos sobre Kordofán Sur, Abyei y la región del Nilo Azul, lugares donde diversas facciones militares desgajadas del SPLA-M continúan luchando entre sí y contra el régimen islamista, el cual, este último, se considera con derecho a usufructuar esas zonas mientras no se resuelvan las reivindicaciones.
Tras diversos choques cruzados que han incluido la conquista y reconquista de ciudades en disputa como Malakal, Bentiu y Heglig, Salva Kiir, acosado por la corrupción de muchos de los dirigentes de su partido, decidió en 2012 interrumpir unilateralmente la extracción de crudo para presionar a acuerdos al gobierno del vecino norte, al que acusaba de robarle importantes ingresos en el negocio petrolero. El problema es que dicha medida supuso un suicidio económico para el sur, ahogado de por sí con unas cifras socio-económicas verdaderamente de miseria.
El petróleo del sur ha de viajar obligatoriamente a través de varios oleoductos que confluyen en Jartum y desde allí buscan su salida hacia el Mar Rojo. El proyecto para construir un oleoducto alternativo a través de Kenia es, por el momento, una mera ensoñación. De este modo, el sur parece condenado a repartir los beneficios con su vecino norteño y con las compañías refinadoras chinas, aliadas de los islamistas de Jartum.
Así las cosas, con demasiados frentes abiertos, tanto con el norte como con otros grupos tribales ocasionales que se encargan de alzarse cíclicamente en sus apartadas regiones, en el presente año 2014, un viejo conocido nuestro, Riek Machar, dimite como vicepresidente de Sudán del Sur y emprende acciones militares del más puro salvajismo en poblaciones estratégicas como Bor, en mitad del país, verdadero nudo de comunicaciones hacia el norte en un Estado de 600.000 kms cuadrados, (100.000 más que España) que apenas cuenta con 100 kms de carreteras asfaltadas y con una población de nueve millones de habitantes.
Otra vez, en pleno equilibrio inestable, Riek Machar actúa como la piedra de un mechero para incendiar el bosque seco mientras realiza sus proclamas sobre falta de democracia y corrupción o la denuncia de connivencias insalvables entre grupos contrarios a los intereses del país. Para desgracia nuestra, algunos medios de comunicación se han atrevido a destacar la diferente procedencia étnica de Kiir (dinka) y de Machar (nuer), pero esto resulta absolutamente irrelevante, pues el trasfondo es muy diferente.
EE.UU. y sus consorcios petroleros continúan apoyando al frágil Estado que preside Salva Kiir. Los chinos, a su vez, hacen lo propio en el negocio gracias a su alianza con los islamistas de Jartum. Y entre tanto, la “Operation Lifeline Sudan” continúa operativa, ahora no sólo desde su campamento-base tradicional de Lokichokio, en la frontera keniana, sino que ha establecido su base operacional en Juba, la capital del sur, multiplicando así su intervención directa en la necesaria estabilización del país. Por supuesto, en todos estos años la “OLS” no ha realizado el menor esfuerzo por averiguar lo acontecido en el interior de las montañas de Kordofán, abandonados sus habitantes a manos del islamismo fanático desde los albores de la contienda.
Así las cosas, ¿alguien puede dudar a estas alturas que la ayuda humanitaria concebida de este modo no es un mecanismo de emergencia para salvar vidas sino un verdadero ‘soft power’, un nuevo poder colonial que responde a intereses mucho más que denunciables cuyos administradores tienen como primera misión el sostenimiento de sus beneficios garantizándose su propia supervivencia?
Deberían arder en el infierno.