Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

¿Quién tiene la culpa?

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Hace mucho tiempo que sospecho que los europeos, o los pueblos de raíz judeo-cristiana (no lo sé muy bien), arrastramos un estigma, como una cicatriz de matices singulares, a la que llamamos ‘culpa’.

Puede que exagere. Quizá no se trate de ningún rasgo distintivo y sólo sea un concepto con parecido peso en otras culturas, pero algo me dice que existe una forma de expresar y de pesar la culpa entre nosotros que nos otorga diferencias, para bien y para mal.

No me extiendo, pero puede que de la sensación de culpa surja la duda, tan útil para la Ciencia y para el pensamiento; aunque también la desconfianza, tan atroz para la convivencia.

Foto por Luis Davilla

Foto: Luis Davilla

Del concepto de culpa, tan presente desde la Biblia hasta Freud, quizá surja la Justicia y la humildad, tan benefactoras; pero también el demoledor flagelo que conduce a la autocompasión, al relativismo y a la parálisis perniciosa donde todo vale igual.

De la culpa tal vez nazca la autocrítica constructiva y el esfuerzo por alcanzar la verdad; aunque puede que también los espectros indeseables de la venganza, el cainismo, la revancha, la violencia, la soberbia y la envidia, que lo ofuscan y lo ensombrecen todo con su oscuro manto de confusión.

Muchas, demasiadas veces, los europeos (o los judeo-cristianos o todas las sociedades, ya digo, no lo sé) dejamos pasar la vida como péndulos, siempre del mismo extremo al otro, incapaces de orbitar ni de encontrar nuevos trazos en el aire por los que discurrir, y nos refugiamos en una compasión demagógica y falsaria que nos autoexcluye y que siempre acusa a ‘los otros’, sean quienes sean, de alguna clase de responsabilidad.

Si se produce un hallazgo (peor si el hallazgo lo realiza alguien en concreto) surge la culpa, la crítica que lo relativiza todo, empujada por la envidia y proyectada como un disparo sobre su autor. No siempre ocurre igual, pero el mecanismo sí es el mismo.

Por supuesto luego están los intereses. La “Leyenda Negra” española fue impulsada de manera abrasadora por Francia, Holanda e Inglaterra para establecer un cliché. Y de idéntica manera interesada actuaron las izquierdas durante todo el siglo XX sobre el fenómeno de colonización, sin tener el pudor siquiera de ocultar las nuevas fechorías recolonizadoras que ellos mismos realizaron  aprovechando los llamados procesos de descolonización.

El mecanismo de la culpa castrante abusa del tópico, lo fija y le da esplendor. Luego se reproduce entre nosotros cuando un edificio se derrumba y aplasta a cientos de trabajadores en cualquier país asiático. Enseguida los bien pensantes recurren al cliché de la culpa insertado tal vez hace milenios en nuestro inconsciente y se ponen a excitarlo hasta dejarnos incapacitados para mirar la realidad. Los culpables, cómo no, somos nosotros… Pero no todos nosotros, ojo, sino Adidas, Nike, Wal-Mart, Zara o los poderosos, o los ricos, o vaya usted a saber.

Dudo mucho que semejante revisión de culpas y examen de conciencia se efectúe en las otras sociedades a las que me refiero, como no la hubo en todo el mundo árabe a propósito, sólo por citar un caso, del derribo de las Twin Towers de NY el 11-S de 2001. No vieron culpa alguna en ello y, antes bien, se ocuparon masivamente en celebrarlo.

Otro tanto ocurre cuando en la inmensa fosa común próxima a Lampedusa, o en el Estrecho de Gibraltar, unas bandas de desalmados trafican con carne humana sin importarles una higa la vida de esos seres. Otra vez, sólo por querer frenar esa tragedia, la culpa empieza a ser nuestra…

Pero dejemos ahora los bastardos intereses a un lado para someter a prueba cuanto llevamos visto a propósito de un caso ocurrido hace unos días en Sevilla. Un polaco de 23 años y 30 kilos de peso falleció en un albergue social después de haber sido desviado con un protocolo de emergencia desde el Hospital García Morato.

Dado que el muchacho pesaba 30 kilos de peso, el mecanismo de la culpa se puso en marcha de inmediato y las redes sociales, y hasta los medios de comunicación, se inflaron hasta la náusea con la noticia de que ese joven había muerto “de pura hambre”.

Nada acredita que ese joven muriese “de pura hambre” como ha establecido el cliché de la culpa y de lo ‘políticamente correcto’ a estas alturas. Antes bien todo indica que resulta prácticamente impensable morir de hambre en nuestras sociedades y si el muchacho llegó en ese estado al Hospital mucho habría que añadir sobre las circunstancias que le condujeron a dicha situación: drogas, problemas mentales… ¡Vaya usted a saber!

Es posible que hubiese merecido la pena que Pietr Pizkozub, que así se llamaba el joven polaco,permaneciese en el hospital más horas. Pero es igualmente posible que Pietr hubiese muerto igual. Puede que estuviese herido de muerte de manera infalible por una enfermedad o una situación previa irreparable, quizá la misma que le llevó hasta la severa desnutrición de los 30 kilos de peso, no lo sé. Sólo son especulaciones hasta que se demuestre lo ocurrido. Y en ello andan las autoridades. De momento, la autopsia ha revelado que padecía una fuerte bronconeumonía.

Es importante en este caso saber las causas efectivas de su muerte y no por puro tecnicismo, sino para abaratar nuestra imaginación culpable, nuestra dolosa fantasía, esa vaga sensación de culpabilidad que quizá resulte injusta porque nos lleva a planteamientos fáciles y manidos como el de insolidaridad, la discriminación, el racismo, la pobreza, etc.

Somos tan incapaces de vencer nuestros prejuicios que muchas veces preferimos hacernos daño pensando que quien se encontraba en ese estado era una víctima del sistema y nos cuesta aceptar, quién sabe, que, tal vez, por qué no, era sólo otra víctima más de sí mismo.

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