Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

El paraíso…y otras siete mil islas

Ahora que has visto las fotos, la pregunta es bien sencilla: ¿Lograré hacerme perdonar mi estancia de tres días en este paraíso? Me hago cargo y sé que me guardarás rencor al menos por un tiempo, pero trata de superarlo lo más rápido que puedas y así podré llevarte “lejos de aquí”, a otros lugares. Si te sirve de ayuda en la terapia, deja que te relate algunos inconvenientes y déjame decirte al menos que tampoco en esta ocasión llevé la compañía que hubiera deseado y que, por tanto, a las pocas horas de nuestra llegada, el fotógrafo Luis Davilla y yo estábamos aburridos de contemplar ese mar infinito y transparente salpicado de islotes verdes y de mirarnos las caras continuamente.

Se dice pronto, pero las Filipinas se componen de siete mil islas. Cuenta: una, dos, tres, cuatro… mil una, mil dos… etc. ¡Hasta llegar a 7.000! Al suroeste del archipiélago se encuentra una isla alargada y estrecha como una salamanquesa verde llamada Palawan. Un poco más al sur (primer inconveniente serio para gente aprensiva o suspicaz), están las islas en las que se ocultan los comandos guerrilleros del Frente Moro de Liberación, la guerrilla islámica que en ocasiones ha logrado saltar a Palawan y ha secuestrado y asesinado a un número impreciso de turistas en la última década. Tal vez recuerdes que un destacamento de marines se encuentra desde hace unos meses en la isla en tareas de vigilancia y apoyo a las tropas filipinas, empeñados en dar caza a los líderes de la guerrilla independentista musulmana.

Al noroeste de Palawan, cuya capital es Puerto Princesa, se encuentra la localidad de El Nido. Hasta el pequeño aeródromo local se llega tras más de dos horas de vuelo en un aparato bimotor desde Manila, después de sobrevolar las isla-leprosería de Culión, donde la gente de Anesvad lleva 35 años atendiendo a miles de leprosos. Ya ves, para llegar al paraíso hay que sobrevolar el infierno. Y antes, como habrás podido imaginar, hay que pasar por esa especie de purgatorio que supone viajar durante más de treinta horas desde España hasta la otra punta del mundo, con escalas en Frankfurt París o Amsterdam, Dubai y Singapur.

Lo cierto es que en el mismo aeródromo de El Nido tomamos un barco que nos llevó en poco más de una hora hasta el Miniloc Resort, catorce bungalows a pie de playa atendidos día y noche por otro ejército, esta vez especializado en que te rasques las narices a todo confort sin preocupaciones de ninguna clase.

El lugar es una fantasía de dibujos animados. Instalado en una mini ensenada que se abre en el perímetro de un mogote de piedra coralina con paredes cortadas a cuchillo y cubierto de árboles, en este pequeño hotel se desviven por hacerte placentera la estancia. A cualquier hora que te antoje, incluso en plena madrugada, se puede solicitar un monitor para hacer submarinismo, para practicar en kayak u ordenar que una zodiac te acerque hasta otro de los islotes de los alrededores donde encontrarás minúsculas playas deshabitadas y cubiertas de vegetación. Si así lo deseas, te llevarán una mesa y sillas artesanales de bambú, unas antorchas para clavar en la arena, champán y comida preparada para organizar una cena íntima. Y la misma zodiac pasará a recogerte a la hora de la mañana, de la tarde o de la madrugada que le indiques al personal de servicio.

Poco que hacer durante todo el día, salvo revisarte el alma, sumergirte en las aguas cálidas, contemplar algunas decenas de especies de pájaros autóctonos de llamativos tonos o millares de peces de colores en las profundidades amarrado a unas gafas de buceo y a unas bombonas de oxígeno, practicar algún otro deporte náutico o visitar esas islas minúsculas del entorno, como las que pinta Forges pero sin náufrago. Como los clientes suelen ser parejas en luna de miel, bien australianas, japonesas, canadienses o de algún boyante país europeo, lo normal es coincidir con los demás a la hora del desayuno o de las comidas en el único restaurante del Resort, así que ya puedes imaginar lo que pensaron de nosotros esas parejitas de enamorados al contemplar a los dos únicos tipos solos que compartían mesa a todas horas. Espero que alguien del servicio se tomase la molestia de explicarles que éramos dos aguerridos reporteros viajando juntos por motivos de trabajo. Y espero también que no les diese la risa floja al escuchar semajante explicación, tan absurda como cierta.

En uno de esos paseos inevitables por los alrededores, en zodiac o en kayak, se visitan las cuevas naturales que el golpeo incesante de las olas ha horadado en los perfiles de los farallones rocosos de estas islas. Y, por supuesto, nos acercamos a ese lugar mágico e impresionante conocido como la laguna verde. Se trata de un lago conectado al mar que se encuentra en el interior de una de las islas más próximas a la del Miniloc-El Nido. Al parecer, las olas ahuecaron durante siglos el promontorio rocoso de este islote hasta que terminó por derrumbarse completa la techumbre natural de piedra, que ahora reposa en el fondo de la laguna. Lo que fue una gruta inmensa es ahora un lago interior a cielo abierto, de aguas transparentes e intenso color esmeralda, al que se accede por una estrecha ranura en el perímetro rocoso. Un paisaje de una belleza devastadora donde tomar un baño se convierte en una experiencia inolvidable.

Los islotes, de todos los tamaños y formas, como digo, menudean por todas partes, pero un día y medio después de agotar las posibilidades que ofrecía el Miniloc, nos trasladamos a otro más cercano a la costa de Palawan, Lagen Island, a 45 minutos en barco, con otro Resort espectacular y tal vez aún mejor dotado que el anterior, con las habitaciones suspendidas como palafitos sobre el mar. A estas alturas, nuestro aburrimiento era casi absoluto, así que decidimos organizar algún entretenimiento con el servicio, que, por cierto, permanece en el lugar durante tres meses antes de volver a casa con una semana de permiso. En ambos lugares, todo el personal se ve obligado a hacer una vida familiar intensiva y prolongada en un pequeño edificio oculto entre la floresta. Con alguno de ellos jugamos un partidito de baloncesto a la caída de la tarde. Evito describirte el resto de la diversión organizada bajo las estrellas, pero te garantizo que ellas, tal vez también ellos, estaban por agradar a los visitantes. Y sin aumento alguno de precio.

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