Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

Rodeados por las hienas

Riek Machar camina de la mano de su segunda esposa, la británica Enma McKuen, en su aldea natal, Leer. Entre ambos aparece la directora de USAID tras mantener una reunión con el líder guerrillero. (Foto: LUIS DAVILLA)

Riek Machar camina de la mano de su segunda esposa, la británica Enma McKuen, en su aldea natal, Leer. Entre ambos aparece la directora de USAID tras mantener una reunión con el líder guerrillero. (Foto: LUIS DAVILLA)

Vuelve a calentar motores la tragedia. Otra vez es en Sudán. Otra vez la ONU (y con ella todas las organizaciones humanitarias) regresa al estado de alerta y advierte de una catástrofe de proporciones bíblicas en el país más nuevo del mundo, Sudán del Sur.

El hambre… Ellos hablarán del hambre. Y los ciudadanos occidentales, acostumbrados ya a no entender casi nada de lo que sucede a nuestro alrededor, empedrados de discursos, de noticias cruzadas, de alarmas y de violencias sin fin, se apresurarán a sentir algún incierto escalofrío. A decir algo, tal vez, a favor de esos necesitados que nos abrumarán desde unas estampas terribles e inmisericordes con gente desolada en su sufrimiento y desesperación, servidas a domicilio en los periódicos, en las cadenas de TV y en nuestros ordenadores.

Nadie, o casi nadie, hablará de la guerra, claro está. A lo sumo, entenderán que la guerra es una consecuencia de la hambruna, un último recurso para intentar vencer la fatigosa carencia de alimentos. Todo el mundo pondrá la carreta delante de los bueyes y otra vez volveremos sobre nuestros pasos generando un desastre aún mayor.

No, el hambre no es la causa. Y la causa del hambre no es la sequía. La epidemia de hambruna, esta vez, una vez más, es la consecuencia previsible de una guerra que se prolonga ya desde 1983. Más de 30 años de combates, casi sin descanso. Tres décadas de persecución infame sobre unos pueblos que parecen condenados por sus líderes y dirigentes a la más absoluta extenuación. Sin piedad.

Sí, sí, he dicho “por sus dirigentes”. Y otra vez (habrá que repetirlo millones de veces), es cierto que Occidente tiene allí depositados muchos intereses. Aunque a estas alturas, después de tantos choques, todo hay que decirlo, también Oriente, es decir, China, tiene tanto o más que decir y forma parte nuclear de ese conflicto.

Sin embargo, apenas han surgido las primeras llamadas de socorro de la ONU, la gente comienza a preguntarse qué debemos hacer. Pero, eso sí, pronuncian un plural restringido y difamatorio, que parece agruparnos sólo a los ciudadanos y a los países occidentales. Nadie espera, ni confía en absoluto, en que se incluya en esa rueda a los propios gobernantes ni tampoco a países como Rusia (tan activa últimamente en otra clase de conflictos), o a la hiperactiva China, cuyos tentáculos en África han sustituido, de facto y silenciosamente, a Europa y a EE.UU. como verdadero poder de colonización en todo el continente negro. Incluida Sudán.

¿Nadie se pregunta qué papel deben jugar China, Rusia, India, Malasia, Irán o los riquísimos reinos petroleros del Golfo ante una alarma humanitaria como esta? ¿Qué dicen al respecto sus ciudadanos? ¿Sienten ellos los mismos escalofríos que tantos convecinos nuestros, o se lavan las manos y se la trae perfectamente floja que se maten o se pudran ese millón de sur-sudaneses extenuados, desplazados y hambrientos? ¿Y la ONU? ¿A quién dirige sus alarmas? ¿Lo proclaman sólo en nuestros medios de comunicación y no les llegan sus alertas a los ciudadanos rusos ni a los chinos? ¿Por qué razón hemos de ser los occidentales los que asumamos como nuestra una causa en apariencia tan lejana y fuera de nuestro alcance? ¿Es por alguna clase de superioridad moral que ha de correspondernos a nosotros arriesgar algún papel en esa y tantas otras crisis? ¿Es que acaso no tienen tantos o más intereses en la zona esas potencias globales emergentes a las que nos hemos referido más arriba?

Guerrilleros de Riek Machar con un lanzagrandas y una ametralladora semi-pesada en Sudán del Sur. (Foto: LUIS DAVILLA)

Guerrilleros de Riek Machar con un lanzagrandas y una ametralladora semi-pesada en Sudán del Sur. (Foto: LUIS DAVILLA)

No, este boniato no tiene intención alguna de soltar ningún lastre cuando se interroga sobre el asunto. Ni siquiera tiene la esperanza de que el mundo entero se cuestione cosas similares y pase a exigirles idénticos esfuerzos a quienes parecen sentirse ajenos por completo a tal dilema. Pero de este modo, al menos, alguien entenderá que la implicación en este tema debiera ser global, ya que  se quejan muchos del llamado eurocentrismo o etnocentrismo. Que la solución de todos los problemas, de todos los países, en cualquier continente, no está a nuestro alcance por mucho dinero que arrojemos de nuestros impuestos, ni por muchos volquetes de altruismo humanitario que queramos poner a su disposición.

Y no, no es nuestro modelo de civilización el que provoca esas epidemias de hambre, ni las matanzas indiscriminadas, ni las persecuciones despiadadas, ni esta clase de tragedias. Como tampoco es nuestro modelo de civilización el que provoca tsunamis ni terremotos o desata la furia de los volcanes. Ni siquiera el llamado cambio climático. Falso de toda falsedad.
Pero volvamos al relato de los hechos, por si alguien desea entender algo. Con las primeras noticias que han llegado sobre los sucesos de Sudán, los más inexpertos comentarios, aprovechando que el pasado mes de abril se han cumplido 20 años del genocidio ruandés, han querido efectuar alguna clase de paralelismo en cuanto han sabido (quizá por primera vez) que en este conflicto hay también dos etnias. Ahora no es la mayoría hutu contra los minoritarios tutsis, sino, vagamente, de un lado, la minoría nuer, liderada por Riek Machar, contra la mayoría dinka, a la que pertenece el actual presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir.

El actual presidente de Sudán del Sur y sucesor de John Garang, usa sombreros como del Far West.

El actual presidente de Sudán del Sur y sucesor de John Garang, usa sombreros como del Far West.

¡Válgame San Pedro…! Los reduccionismos no suelen ser buenos, pero tampoco las causas de un conflicto son siempre tan fáciles de describir como en Ruanda, ni siquiera a grandes rasgos. Presentemos, pues, a los actores principales y conozcamos a su vez el telón de fondo en el que se desarrolla tan penosa escena.
Sudán del Sur, ya se ha dicho, es el fruto de partir por la mitad el gran Sudán. Ocurrió a través de un largo proceso que culminó en el año 2011, después de un referendum. La mitad norte es de mayoría marcadamente musulmana, mezcla de razas árabe y negras. El sur, compuesto de diversas etnias negras (siendo mayoritaria la dinka), es fundamentalmente cristiano o animista, es decir, se practican numerosas religiones tribales.

En los años 70, tras una guerra civil de 17 años y un período de relativa paz bajo la presidencia de un musulmán socialista y panarabista llamado Yaafar-al-Numeiry, éste impuso la ‘sharia’ o ley islámica en 1983, lo que provocó que un histórico miliciano se levantase en armas contra el Gobierno de Jartum. Se trataba de un líder de la etnia dinka, economista formado en Iowa (EE.UU) y cristiano, llamado John Garang. Se iniciaba así la segunda gran guerra civil que se prolonga casi hasta nuestros días.
A Numeiry le sucedieron en 1989 dos canallas que parecían sacados de una novela de terror, líderes del Frente Islámico Nacional: Omar Bashir y el clérigo Hassan-el-Turabi. Ambos compartirían el poder durante casi veinte años, endurecieron en todo el país la aplicación de la ‘sharia’ y emprendieron políticas de exterminio planificado tanto en el gran sur como en las fértiles montañas centrales de Kordofán, zona habitada desde siempre por las tribus nuba, a las que la fotógrafa alemana Leni Riefenstahl había inmortalizado muchos años antes en unos reportajes espectaculares que alcanzaron notoriedad mundial.

No se tienen noticias de lo sucedido desde hace décadas en las montañas de la zona central, aunque todo apunta a que su población sufrió durante muchos años una campaña de limpieza étnica descomunal llevada a cabo por el régimen islamista, lo que incluyó desposeer a sus habitantes de todas sus propiedades, violaciones masivas de niñas y mujeres, obligadas a vivir en concubinato con los milicianos musulmanes, conversión forzosa al Islam, deportaciones masivas a campos de reeducación en las afueras de Jartum, la capital, venta de esclavos, delaciones sin cuento, torturas, represión y aislamiento hasta dejarlos morir por hambre a razón de 30.000 personas por año, etc.

La fotógrafa Leni Riefenstahl documentó con precisión la cultura de las tribus Nuba, en las montañas de Kordofán.

La fotógrafa Leni Riefenstahl documentó con precisión la cultura de las tribus Nuba, en las montañas de Kordofán.

Leni1La excusa para tanta brutalidad era que la facción guerrillera del SPLA-M (Movimiento y Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán), del histórico líder cristiano John Garang, controlaba algunas zonas del Kordofán.
La tremenda guerra desató a comienzos de los años 90 la mayor, más larga y más cara operación humanitaria jamás desarrollada por la ONU y sus agencias colaboradoras bajo la denominación de “Operation Life Line Sudan”. Aún persiste.
Nadie sabe decir cuántos miles de millones de dólares han sido dedicados en estos más de 30 años a semejante operativo, pero se trata, sin duda, de una cantidad muy superior al PIB de varios años de casi todo el continente africano. Y todo sigue igual.

El año 1993 constituye uno de los hitos en la gran tragedia de Sudán. Una foto del sudafricano Kevin Carter en la que aparece una criatura exhausta observada atentamente por un buitre supuso el aldabonazo planetario sobre la gran tragedia. Un año antes, en 1992, había tenido lugar el fracaso estrepitoso de la intervención occidental en Somalia con la debacle del “¡Black Hawk, derribado!”. Un año después, la otra gran hecatombe, la del espanto en Ruanda.

En 1991, no obstante, otro líder guerrillero sudanés, Riek Machar, hasta entonces bajo el mando de John Garang, se independiza y crea el SPLA-M (Unido). Formado en ingeniería en la Universidad británica de Bradford, Machar es también cristiano, como Garang, pero de la etnia nuer. La diferencia aparente de objetivos entre Garang y Machar era apenas que el primero combatía para derrocar a los fanáticos islamistas y lograr el poder en un único Sudán. El segundo, en cambio, reivindicaba la autonomía o la separación definitiva del sur para crear un país independiente. Pero nada de esto explica por qué razón ambos líderes combatían entre sí con la misma fiereza que contra el Gobierno de Jartum.

Campamento base de "Operation Lifeline Sudan" en Lokichokio, norte de Kenia, frontera con Sudán. (Foto: LUIS DAVILLA)

Campamento base de «Operation Lifeline Sudan» en Lokichokio, norte de Kenia, frontera con Sudán. (Foto: LUIS DAVILLA)

Los musulmanes, sin embargo, parecieron encantados a partir de entonces con el nuevo escenario en el que los combatientes de uno y otro lado se enfrentaban entre ellos, se asaltaban mutuamente, quemaban sus aldeas, se robaban el ganado y perpetuaban de ese modo el hostigamiento a una población que parece vivir en la edad de piedra, incapaz de entender nada, pero rodeados de armas y abusos por todas partes. Las hambrunas generalizadas se convirtieron en una constante. Nadie parecía tener el menor rasgo de piedad hacia aquella gente que fallecían por miles cada año de las enfermedades más espantosas y de pura inanición. Las agencias humanitarias, con la ONU al frente, seguían derramando toneladas infinitas de alimentos, equipos y medicinas que no servían casi de nada, salvo para prolongar un poco más aún la tragedia.

Los islamistas capitalinos se movían con soltura. Pese a ser incluidos en la lista del Departamento de Estado norteamericano como el principal país que apoyaba y financiaba el terrorismo internacional y declarado enemigo público número uno, ejercían con el mayor desparpajo su doble o triple juego e incluso se permitían la demencia de permitir el paso a convoyes humanitarios para, una vez reunidas grandes masas de población en un punto para el reparto de víveres, proceder al bombardeo masivo de la concentración. Otras veces, cuando alguna ONG trataba de penetrar con sus cargamentos, sin pactar el lugar ni las condiciones, los camiones eran bombardeos de manera inmisericorde por la aviación islamista.

El fiero Riek Machar, vestido de campaña, conversa con nosotros durante un alto en su aldea natal. (Foto: LUIS DAVILLA)

El fiero Riek Machar, vestido de campaña, conversa con nosotros durante un alto en su aldea natal. (Foto: LUIS DAVILLA)

Durante esos primeros años de conflicto se diría que Riek Machar, con una esposa sudanesa que vivía en Inglaterra y una segunda mujer, británica, que vivía con él en Sudán, recibía trato preferencial tanto de las autoridades islámicas de Jartum como de los gobiernos occidentales a través de los suministros de ayuda humanitaria. Este boniato asistió en persona a movimientos harto sospechosos que favorecían los intereses de Machar y mientras los dirigentes de “Operation Lifeline Sudan” facilitaban los encuentros de la prensa internacional con Machar en sus campos de refugio y entrenamiento, el histórico líder John Garang permanecía oculto y borrado del planeta de la propaganda.

Sí, amigos, Riek Machar y algunos de los miembros de su Estado mayor se desplazaban a veces por todo el sur de Sudán en los vuelos destinados a la ayuda humanitaria. Y no sólo eso: los agentes islamistas de Jartum favorecían con el mayor de los descaros a uno de sus contendientes, concretamente a Riek Machar.
No puede ser ni es casual que en marzo de 1993, Kevin Carter, el fotógrafo ganador al año siguiente del premio Pulitzer por la foto de la criatura y el buitre plasmase en sus carretes la estampa del líder guerrillero de visita en la aldea de Ayod y que cuatro meses más tarde, este boniato y su compañero el fotógrafo Luis Davilla nos encontrásemos casi como por casualidad al mismo líder a casi mil de kms de Ayod, concretamente en su aldea natal, llamada Leer.

En aquella ocasión, acompañábamos en un vuelo de avioneta a la coordinadora jefe de US-AID, el organismo que coordina a todas las agencias humanitarias de EE.UU., y a algunos altos cargos de la “Operation Lifeline Sudan”. Se reunieron con Machar, con su Alto Estado mayor y con los jefes tribales bajo un inmenso árbol, a la vez que nos exigieron apartarnos mientras se celebraban las conversaciones.

Cuando la reunión finalizó, la representación occidental se dirigió sin pausa hacia la avioneta. Nadie nos dijo que se disponían a zarpar de inmediato. Nos entretuvimos unos minutos y, cuando quisimos darnos cuenta, la nave se deslizaba por el aeródromo, con los motores a pleno rendimiento y lista para el despegue. No podíamos creerlo: nos habían dejado tirados a casi dos mil kms de la base en la que nos alojábamos y no había forma humana de salir de aquellos pantanales infinitos que se prolongaban mucho más allá de la línea del horizonte.

No me pierdo ahora en muchos más detalles (contaré en otro momento cómo fue que logramos salir de allí sin un rasguño para sorpresa de todos los que quisieron dejarnos abandonados a merced de una sanguinaria tropa de desarrapados), pero sí diré que aquella circunstancia imprevista nos proporcionó una oportunidad única de compartir unas horas con aquel fiero guerrillero. Y más aún con su esposa, una damisela de 30 años, británica, ex trabajadora de una ONG educativa, que cayó rendida de amor por Riek Machar y que, aunque no lo sabíamos entonces, estaba embarazada.

Ese mismo año de 1993, Enma McKuen (tal era su nombre) falleció en un accidente de tráfico en la calles de Nairobi, la capital keniata, cuando se disponía a emprender viaje hacia Europa para pasar la última fase de su embarazo lejos del alcance de los enemigos de Machar. La entrevista que le hicimos por aquellos días no llegó a publicarse nunca (la transcribiremos aquí próximamente). Su inesperado fallecimiento truncó la venta de la misma que teníamos cerrada con la revista “Hello!”, la copia inglesa del “¡Hola!”.

Volviendo al telón de fondo, curiosamente, es en aquella época, entre 1991 y 1996, cuando Osama Bin Laden abandona Yemen y Arabia Saudí y se traslada a vivir a Jartum, donde durante esos años el líder de Al Qaeda realizó numerosas inversiones y una amplia variedad de negocios, tantos industriales como agrícolas, en connivencia absoluta con los fundamentalistas del Gobierno y rodeado por una tropa de fieles muyahidines que instalaron sus campos de adiestramiento de combatientes en los diversos latifundios que adquirió el propio Ben Laden.

El histórico líder y fundador del SPLA-M en 1983, John Garang, traicionado luego por Riek Machar.

El histórico líder y fundador del SPLA-M en 1983, John Garang, traicionado luego por Riek Machar.

También curiosamente, por esos mismos años, el 15 de agosto de 1994, agentes secretos franceses , con el consentimiento de las autoridades sudanesas, capturan en Jartum a Ilich Ramírez, conocido como “Carlos, el Chacal”, uno de los terroristas más buscados de la Historia, y a continuación es deportado del país. Cuatro años más tarde de eso, y dos años después de que Ben Laden fuese expulsado de Sudán por la presión internacional, Bill Clinton ordenó el bombardeo de una presunta fábrica de armas químicas en los alrededores de Jartum, el mismo día de 1998 que Mónica Lewinsky estaba llamada a declarar ante una Comisión del Congreso. Resultó ser una industria de productos farmacéuticos.

Ben Laden junto a Hassan-al-Turabi durante los años que vivió en Sudán.

Ben Laden junto a Hassan-al-Turabi durante los años que vivió en Sudán.

Ya tenemos, a grandes rasgos, el escenario y los actores principales, pero aún nos quedan los muy diversos intereses que se entrecruzaron por el camino, pues a la lucha armada de los islamistas contra Garang y Machar y de estos dos entre sí, hay que añadir la entrada en escena de los intereses chinos y estadounidenses en persecución, principalmente, de las explotaciones petrolíferas, en su mayoría ubicadas en el norte de lo que se convertiría finalmente en Sudán del Sur, bajo los auspicios de EE.UU.; aunque el control del oleoducto, esencial para su explotación, quedaría bajo el dominio de los fundamentalistas de Jartum, aliados con los chinos…

Mientras tanto, rodeados por las hienas, los sudaneses del norte continúan comerciando con los esclavos negros e infieles que capturan el sur o en cualquier aldea de su propio país como si aún no hubiesen alcanzado ni siquiera  la Edad Media…

(To be continued)