Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

La postura del ornitorrinco

(Una reflexión a propósito del 11-M)

Duelo a garrotazos, de F. de Goya.

Duelo a garrotazos, de F. de Goya.

Empieza a parecerme casi lógico y normal que, en un país preñado de gente dogmática y sectaria dispuesta a enterrarse hasta las rodillas para arrearse garrotazos, muchos, los más equilibrados, racionales y sensatos, terminen por adoptar, como si en ello hubiese algo benéfico o saludable, una perenne equidistancia ante cualquier asunto.

Más allá de cuanto de renuncia o cobardía pudiera revelar dicha actitud, el mayor mal de todos es que eso aborta cualquier posibilidad de resolver no sólo los enfrentamientos entre radicales de uno y otro lado sino, lo que es peor, supone la renuncia expresa a encontrar una verdad, por pequeña que fuere, siempre y en todo caso.

Así, tanto si unos radicales abanderan el derecho a decidir de su tribu, como si otros la emprenden a patadas con la Historia u otros cuantos más se ponen farrucos para que se expropie un monumento, los racionales, los cuerdos, los óptimos pensantes, por lo general con menos ganas de gritar y de pelea, prefieren adoptar la incomprensible actitud, en algo machadiana, de acusar a ‘las dos españas’ buscando un punto de equilibrio imposible que si, de un lado, pretende amortiguar confrontaciones, de otro impide cualquier verdadera resolución de los conflictos que se plantean.

Vuelve a ocurrir ahora, me parece, con motivo del 11-M. De una parte, los que alardean de las tropelías que se hicieron en aquellos días y posteriores; de otra, los que no desean olvidar y se hacen preguntas acusadoras. En mitad de ellos, apresados entre sus voces, creo que se encuentra la abrumadora mayoría, la que se sigue planteando dudas frías y razonables sobre heridas que no cesan ni cesarán de sangrar mientras no se encuentre una respuesta…

Hete aquí, sin embargo, que por encima de todos ellos, de repente, diez años después, surgen los equilibristas que intentan escabullir el bulto y dar por bueno lo que hay. Hisopos y reprimendas para los unos y también para los otros. Y que todo siga igual…

Lo hemos visto en la cuestión de Cataluña. Cuando los gritones y desquiciados aprendices de ‘camisas pardas’ y ‘camisas negras’ alcanzaron cierto grado de garrulería en sus chillidos con el desdén de sus contrarios por respuesta, comenzaron a aparecer las voces de ‘los racionales’, de ‘los pensantes’, de los presuntamente equilibrados, que, en lugar de tomar partido por los argumentos, elevaron su canto de empalagosa equidistancia que deja el problema en el mismo punto del alero, so capa de una corrosiva ecuanimidad aparente que no sirve como carne ni como pescado. Era la opción ornitorrinco.

Ornitorrinco.- El equidistante. ¿Ni 'carne' ni 'pescao'?

Ornitorrinco.- El equidistante. ¿Ni ‘carne’ ni ‘pescao’?

Así, los peligrosos equilibristas denuncian, no sin condescendencia, que la hoja de ruta del excéntrico soberanismo carece de bases a las que agarrarse, pero acto seguido se apresuran a mencionar la existencia de cierta clase de recentralismo del Estado, olvidando, entre otras cosas, que se refieren a un país cuyo himno carece de letra y donde la bandera oficial se luce apenas en los encuentros deportivos de sus selecciones, entre las cuales, la de fútbol ya ni siquiera se llama “española”, sino que su nombre ha sido sustituido, para evitar pronunciarlo, por el eufemismo de ‘la roja’. O sea, los pensantes se quedaron en… ornitorrincos.

Ocurre igual con el 11-M, digo. Gritan unos. Gritan otros. Y en lugar de discurrir sobre el grado de razón que unos u otros hayan incluido en sus denuncias, procediendo a desbrozar el griterío para extraer el principio activo o la sustancia esencial que pudiera contenerse en cada cual, los encargados de pensar, los ‘racionales’, los ‘equilibrados’, prefieren acodarse en la cómoda barra de la taberna entre las llamadas ‘dos Españas’ y desautorizar a ambas por igual.

Piensan ellos, me imagino, que la apariencia de neutralidad es el bálsamo de Fierabrás que les sitúa en el camino salvífico de esa otra ensoñación llamada a veces ‘la tercera España’. Pero ignoran, o fingen ignorar, que no hay una tercera España, pues ‘terceras españas’ somos todos, cada uno a su manera.

Ser ‘tercera España’ no significa auparse a un ‘territorio de nadie’, sino aplicarse a la tarea ingente y cansina (en este país parece no tener fin) de separar el polvo de la paja, la majadería de la cordura, el griterío del argumento, la razón de la sinrazón…

No, lo verdaderamente deseable no es abstenerse. La razón no está del lado de quienes alzan su dedo acusador contra ambas muchedumbres y deciden quedarse quietos. Lo que necesita este país (como cualquier otro país) son élites que denuncien, pero, sobre todo, que sepan extraer cuanto haya de verdad en los unos o en los otros y recomponer una teoría de la realidad argumentada. La neutralidad no es abstención, sino la condición sine qua non para emprender una tarea laboriosa y quizás hasta doliente de la inteligencia para encontrar las respuestas necesarias.

O todos acabaremos, entre chillidos y desafueros, convertidos en ornitorrincos.

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