Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

El Universo derretido

Foto: LUIS DAVILLA. Cementerio de chatarra bélica en Camp Danden, Eritrea.

Foto: LUIS DAVILLA. Cementerio de chatarra bélica en Camp Danden, Eritrea.

Los que fuimos por libre casi desde siempre (free-lance, era el término utilizado entonces), comenzamos a detectar la crisis en la Prensa escrita hace casi 20 años.
Por entonces, nadie parecía quererse dar por aludido, pero mi gran amigo, el fotero Luis Davilla -ese Alatriste de los de «espalda contra espalda»- y este mismo boniato que os escribe a trazos y sin ningún otro objetivo que espantar su porpio estrés, sabíamos ya que a la inmensa mayoría de los lectores (ésos a los que otro buen amigo, el escritor ruso-canadiense Daniel Estulin, denomina «la masa sucia»), no les interesaba un cuerno lo que ocurriera por el mundo. Menos aún si se trataba de guerras, violaciones de derechos humanos, abusos o calamidades…, o sea, las ‘minucias’ que afectan a diario a más del 80 % de la población mundial. No hagáis caso cuando oigáis a alguien deciros lo contrario.Os lo anticipo con firmeza: lo que les suceda a esos cinco mil millones de personas (aprox.) nos importa una jodía mierda (con perdón).
Como consecuencia de ello, los free-lancers supimos pronto que el número de publicaciones dedicadas a esos ‘temas importantes’ se iba derritiendo…, hasta que, llegado un punto de inflexión, ambos boniatos (o sea, Luis y yo), casi sin darnos cuenta, nos vimos convertidos en ‘turistas profesionales’.
¡Qué guay!, diréis algunos. Pero a él y a mí nos daba mucho asco que una revista, antaño seria y respetable, nos solicitara un reportaje sobre algún país concreto, miserable o en reconstrucción, y eligiera fotos o me pidieran introducir correcciones donde desapareciera toda referencia a la situación real del lugar.
Sólo querían oír hablar de hermosas playas con música chill-out, lugares inigualables para tomar un daiquirí con el sol cayendo, sabanas tropicales donde las mambas o los rinos no acechan, sino donde parecieran tan inofensivos como gatitos de angora, etc.
Pondré un ejemplo de esto que comento, aunque evito el nombre de la publicación (no es un dato importante para exponer lo que pretendo), pero sí diré que era la edición alemana de una revista considerada «seria». Les envié, porque ése fue el encargo que me hicieron, un amplio reportaje sobre un país que acababa de salir de una guerra atroz de 30 años. Por supuesto, mencionaba con profusión las maravillas naturales, arquitectónicas y sociales del país y me regodeaba con sinceridad en los espléndidos lufgares para visitar y disfrutar, pero, como es obvio, tras 30 años de tiros y combates, no podía obviar que existían zonas muy depauperadas, con ciudades de arquitectura fabulosa agujereadas por los trallazos de la artillería pesada y ligera, con el mayor índice de lisiados del mundo, con cementerios gigantescos de chatarra bélica, helicópteros y carros de combate oxidados al borde las carreteras, con una población diezmada de jóvenes y dos generaciones de mujeres impelidas a casarse con viejitos o convertidas a la homosexualidad sólo porque no encontraban varón disponible de su misma o parecida edad… En fin, me solicitaron ‘limpiar’ el reportaje de todas estas cosas y pretendían centrarlo en las buenas condiciones para practicar snorkel, los mejores hoteles y alojamientos más cool, las comidas y costumbres del país… Ya os lo habréis imaginado: los mandé a la mierda, claro y les dije que si querían el cuento de caperucita roja que buscasen en la guía de teléfonos el número de Perrault o el de Hans Christian Andersen.
Por supuesto, no era culpa de ellos, sino de la tropa de potenciales lectores a los que ellos conocían como si los hubieran parido.

Foto: LUIS DAVILLA. Ancianos en la escalinata de la mezquita de Asmara.

Foto: LUIS DAVILLA. Ancianos en la escalinata de la mezquita de Asmara.

Es muy fácil darse cuenta del hipócrita líquido amniótico en el que vivimos si uno mira las encuestas que reflejan que a la mayoría de los ciudadanos lo que les gusta de la tele son los documentales y los noticiarios, mientras que los datos reales de audiencia prueban con meridiana claridad que lo que vemos es toda esa basura cósmica de realities no mediocres, sino vomitivos en su estulticia y amoralidad.
Bueno. No vale quejarse. La vida (y los tiempos que vivimos) es así. Le dedicamos un ratito de atención a algún asunto grave sólo para poner en marcha nuestra lavadora de conciencias y centrifugarnos en ella hasta dejarnos exentos de toda culpa y que no sea ni siquiera objeto de reflexión.
Lo cierto, ya digo, es que un buen día decidí no venderme más al mejor postor. Sólo escribiría sobre lo que me diese a mí la gana, en el tono que yo eligiese, sin que nadie le tocara una coma al texto y, por supuesto, no movería un músculo para corregir aquello que considerase importante, aunque sólo fuese por mantener mi dignidad y la de aquella buena gente que, a veces a la desesperada, nos ayudó por tantos andurriales y recovecos del planeta.

Foto LUIS DAVILLA. La generación de la posguerra en Eritrea.

Foto LUIS DAVILLA. La generación de la posguerra en Eritrea.

No me he juramentado nada, ni me he prohibido escribir sobre lo que me apetezca, pero aún sigo cansado de aquella mediana etapa de ‘turista profesional’, hasta tal punto que un buen día decidí que no volvería a Asia por encargo de nadie si no era en «First Class» o en «Business» (uno va cumpliendo años y ya no está dispuesto a viajar, según dónde y por encargo, de cualquier manera). Para llegar a Filipinas tardé una vez 34 horas, entre escalas de aeropuertos, demoras y demás gaitas… No, la próxima vez en First Class de la Thai Airways o en Business de Singapore Airlines (tal vez las dos Compañías aéreas más exquisitas del mundo), si bien, al llegar allí, me meteré donde fuere menester, en un campo de minas o hasta la cintura de ‘barro’, si es preciso, por narrar con la mayor precisión posible a nuestros escasos y alicaídos lectores lo que crea que debo de contar. Y, por supuesto, a mi regreso, escribiré lo que me dé la gana. ¿Hecho?
Desde entonces así ha sido. Este boniato no se ha arrepentido de aquella decisión. Los pocos lectores que van quedando interesados en descubrir algo más sobre el 80% de la población mundial se merecen un respeto. El mío, al menos, lo tienen garantizado.

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