Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

Los mercados de la pena

 En vuelo 'low cost' sobrevolando el Lago Victoria hacia Rwanda. Foto: LUIS DAVILLA

En vuelo ‘low cost’ sobrevolando el Lago Victoria hacia Rwanda. Foto: LUIS DAVILLA

A veces este boniato piensa que se le va la mano en los detalles, pero tiempo habrá, si necesario fuere, para matizar lo que pudiera malinterpretarse y tal vez a algunos les tocará enfrentarse a sus propias contradicciones, como yo a las mías, cuando se crea enganchado en un alambre espinoso de estas experiencias y reflexiones.
El relato sigue así… Nuestro amigo makandé, Rafael S. Lizondo, con amplia experiencia y sugerentes opiniones sobre África (no en vano va para 23 años residiendo en muy diversos países del Continente, actualmente en Accra, capital de Ghana), me comentaba recientemente que él prefirió años atrás dejar de hablar con europeos de estas cosas, quizá porque nadie entiende casi nada más allá del horror que puedan producirle determinadas experiencias como las que aquí se narran.
Comparto en tal grado ese punto de vista que hasta estoy de acuerdo con él en que lo mejor es no contar nada de esto a los ‘blanquitos’. Sin embargo, no se olvide, sólo porque ando a pruebas con cierta clase de terapia, no sigo su recomendación.También, aunque muchos no lo sepan, anda al loro de este relato otro conocido nuestro, el gran fotero, boniato de mis entretelas, querido amigo y compañero, Luis Davilla, quien lee, se sonríe y guarda un sepulcral silencio. Lo suyo, dice, no es la palabra (bueno, eso dice porque le conviene y su oficio es el de retratar la luz lo mejor posible, de modo que tiene una buena excusa) y prefiere mantenerse al margen.
El caso es que ni uno ni otro tienen por qué coincidir con lo que este boniato exponga, aunque tengo la convicción de que los tres compartimos en lo esencial muchas de las reflexiones en no muy diferente grado.
Pero nos habíamos quedado en uno de los lugares más inmorales y pornográficos (junto, tal vez, con la sede de la ONU en NY y esto no tendré más remedio que contarlo en algún momento) que este boniato cree haber pisado a lo largo de su vida: el infausto campo de refugiados de Benako, del lado tanzano, junto a la frontera ruandesa.
El barrio de Pat-Pong, con todas sus doceañeras prostitutas de labios pintados y lencería glamourosa ofreciéndose en la calle al mejor postor entre la quincalla de relojes y toda clase de prendas falsificadas, o el gigantesco mercadillo de armas en la frontera birmano-tailandesa, me parecen dos estampas de Disneylandia o dos conventos de monjas de clausura si las comparo con aquella nauseabunda ciudadela improvisada. Sodoma y Gomorra, digo, eran un cuento de Caperucita Roja.
En aquellos momentos, junio-julio de 1994, mientras aún seguían las matanzas hutus en el interior del país, los boniatos (y el makandé, of course) habían dirigido sus pasos, en vuelo low-cost (juá, me da la risa) de una ONG cualquiera hacia aquel punto de la frontera con Tanzania con la esperanza de encontrar un modo de introducirse hacia Kigali, la capital ruandesa, desde donde contemplar en primera línea los combates después de atravesar medio país entre los restos de la horrenda carnicería de las semanas previas.
Kigali estaba en aquel momento en manos aún de la milicia hutu (los “interahamwe”, traducido, “los que luchan juntos”), pero el EPR (Ejército Patriótico Ruandés), cuyo grueso de tropas permanecía al norte, en territorio de Uganda, ya había empezado a infiltrar informadores de su Inteligencia Militar (por contradictorio que a algunos les parezca, eso existe: Inteligencia Militar, digo) en el interior de Rwanda como avanzadilla para la reconquista del territorio.
Nuestro objetivo suponía emprender gestiones para encontrar un modo de realizar el camino inverso al que veíamos hacer a cientos de miles de personas que huían de un país arrasado por la locura planificada de unos genocidas.
Aquello supondría, en todo caso, jugarse los cuernos ante cualquier posibilidad imaginable e inimaginable, pues nadie tenía noticias ciertas de cuál sería el modo de actuar de los Interahamwe o milicias hutus en los controles de carretera y en esas circunstancias, más aún ante la presencia de tres ‘musungus’ (‘blanquitos’) dirigiendo sus pasos hacia el centro del conflicto en mitad de la devastación y la desbandada.
Lo primero al llegar al campamento de Benako fue buscar alojamiento y dónde comer en los próximos días. A pocos kms de la ciudadela del infierno había una aldea llamada Ngara, con sus casas de ladrillo y todo, cercana a una pista de aterrizaje en lo alto de una meseta, que nos podría resultar de gran ayuda.
En dicha aldea se habían instalado ya casi la totalidad de secciones de diferentes países de las agencias humanitarias desde donde gestionar y proporcionar alimentos e infraestructura a las casi 400.000 personas exhaustas que se habían instalado en el campo de refugiados de Benako, a unos 20 o 30 kms de distancia.
Una selva de siglas (Oxfam, Concern, MSF, MDM…) habían alquilado y ocupado casi todas las casas disponibles en el pueblo sin escatimar precios de alquileres, que a los locales debieron parecerles un extravagante y monumental maná caído del cielo.
Potentes radiotransmisores para conectar con sus respectivas sedes en Nairobi o en Europa, almacenes de productos sanitarios, camastros, mochilas y mucho personal de todas las nacionalidades, habían asaltado de repente un remoto lugar desconocido, casi en el fin del mundo, para asumir una responsabilidad seguramente fuera del alcance incluso de la logística del Pentágono, pero en fin… ¡Todo sea por ayudar a sostener ese gigantesco mercado de las ‘VÍCTIMAS’!
Nadie lo pronuncia de este modo, como es obvio, pero a eso, y no a otra cosa, es a lo que dedican sus esfuerzos las ONGs occidentales.
(Aquí, tal vez, convendría recordar un poco de la Historia que ya resumimos en “El origen de un error: el horror”, para no olvidar cómo nació ese mercado inmenso tan lleno de infamia como de confusos logros que se alimenta casi siempre de la falsa, o al menos errática, compasión de millones de ciudadanos occidentales y de sus gobiernos respectivos, encantados de acallar las conciencias de sus súbditos y transformarlos en réditos electorales. Es decir: la lavadora de conciencias).
Tal vez pormenorizo demasiado y, quizá, quién sabe, es sólo porque mi inconsciente trabaja con furia para retardar y no enfrentarme a la verdadera cara amarga de esta historia. Si eso fuera así, mi terapia emocional estaría revelándose efectiva, de modo que este boniato se esforzará por encarar lo antes posible el drama sin más paños calientes. Perdón.
Lo cierto es que, llegados a la aldea de Ngara, todas aquellas unidades de intervención llamada humanitaria estaban al copo y no tenían muchos recursos disponibles para alojarnos o prestarnos. Nos invitarían a compartir, eso sí, algún cocido de verduras que ellos sirvieran al final del día, pero no tenían mucho más espacio para ofrecernos ni apoyo que prestarnos.
Por suerte para nosotros, a 1 km de Ngara, tal vez menos, bajando una cuesta por una pista de polvo y piedras, se encontraba un campamento alambrado y vigilado, con bonitos bungalows desmontables, amplios espacios comunes de servicio, duchas, restaurante y hasta un apacible bar de madera entre las acacias.
No era ningún hotel, sino un campamento que servía de alojamiento a varias decenas de peritos e ingenieros de varios países europeos (entre ellos un excelente bilbaíno, además de varios irlandeses y muchos italianos) trasladados a aquel remoto sitio para construir una carretera financiada por la UE (por entonces CEE) que uniese con la capital tanzana, Dar-Es-Salam, en la costa, ajenos por completo al dramático revuelo que se había organizado por aquellos lares.
No pusieron objeción alguna, nos acogieron amigable y despreocupadamente y nos prestaron como alojamiento una de las muchas amplias tiendas de campaña disponibles en el centro del campamento. ¡Joder, la logística de nuestra estancia resuelta de un plumazo! (He de reconocerlo: estos boniatos han sido siempre unos grandes afortunados. No en vano, por aquí andamos, vivos y narrando estas historias…)
Con nosotros estuvo los primeros días otro reputado y generoso boniato, Bru Rovira, corresponsal de La Vanguardia, quien nos abandonó apenas pasados los primeros días en aquel lugar de pesadilla y regresó a Nairobi en una de las avionetas que con cierta frecuencia aterrizaban en el aeródromo cercano. Me dejó como recuerdo –aún lo conservo y juro que le he dado una buena paliza en estos años- uno de sus sacos de dormir del Coronel Tapioca.

 Con el boniato Bru Rovira de 'La Vanguardia' y el amigo makandé en escala junto al Lago Victoria. Foto: LUIS DAVILLA

Con el boniato Bru Rovira de ‘La Vanguardia’ y el amigo makandé en escala junto al Lago Victoria. Foto: LUIS DAVILLA

Cada día, al levantarnos, recorríamos, en alguno de los convoyes de las ONGs que salían muy temprano desde Ngara hacia Benako, los 20 kms (aprox.) que nos separaban de aquella caótica y creciente ciudadela fatigada y borracha de horror y sangre fresca.
La razón de tanto madrugar era que para recorrer esa distancia se precisaban no menos de dos horas a la ida y otras tantas a la vuelta por un camino imposible de fango, pozas de agua, atravesar con los todoterrenos un caudaloso río en una barcaza sujeta a un alambre de acero, etc.
Así pues, nada de echar cabezaditas durante el viaje, sino emplearse a fondo, bajarse a empujar o a desatascar vehículos y tirar del cable a bordo de la barcaza para cruzar el río sin perder demasiado tiempo.
Una vez llegados al punto de destino, los sanitarios se trasladaban a sus hospitales de campaña, los logistas se afanaban en recontar y gestionar los almacenes de grano, aceite y demás suministros de la CE y de US-AID, los dos mayores contribuyentes en esta clase de negocio, y los demás operativos recorrían las calles polvorientas para tratar de organizar un poco a aquella masa incontrolable proporcionándoles plásticos del ACNUR para construirse una cabaña.
En apenas unos cuantos días, una ONG alemana, con la tradicional eficacia que no demasiado injustamente se les otorga, construyó un enorme sistema de depuración de agua para abastecer a aquella marabunta. Casi dos docenas de inmensos depósitos inflables y redes de tuberías plásticas suministraban agua potable suficiente a la turbamulta. Agua, por cierto, extraída del río Kagera, aquel cuyas márgenes estaban preñadas de cadáveres desmembrados, de manos, de piernas y de cabezas sueltas, algunas de ellas todavía con los escrotos, suyos o de su ‘primo’, en la boca) para el suministro de una creciente muchedumbre que cada día deforestaba unos cuantos kms cuadrados de la sabana para las hogueras de sus pucheros o para, con las ramas, construir sus propias cabañas. Y seguía llegando gente caminando por la carretera que procedía de aquel destartalado y corroído puente que servía de frontera con Ruanda…

La ciudadela de Benako con las depuradoras improvisadas de agua a pleno rendimiento. Foto: LUIS DAVILLA

La ciudadela de Benako con las depuradoras improvisadas de agua a pleno rendimiento. Foto: LUIS DAVILLA

Nuestro amigo makandé, de larga melena por aquel entonces, y listo como el hambre, pronto detectó que en aquella ciudadela de Benako corría el rumor de que los musungus de pelo largo eran peligrosos porque, según decían ellos -profundo silogismo el de aquella gente-, eran ‘belgas’, encargados de traicionarles (los belgas fueron los colonizadores históricos en Rwanda y por aquellas fechas se rumoreaba que habían sido tropas de ese país las que habían derribado el avión presidencial en el que viajaban los presidentes de Rwanda y Burundi que marcó el comienzo del genocidio), así que decidió casi de inmediato recogerse el pelo bajo un gorro de lana y una diadema ancha. O una burka, si hubiese sido necesario…
En tales circunstancias, a nadie se le escapará que aquella multitud se hallaba lo suficientemente bien organizada por su cuenta como para considerar a los ‘musungus’ unos simples proveedores gratuitos del sustento de su gente. O sea, consideraban a las ONGs personal a su servicio.
Para quienes no lo sepan, durante todos estos años las ONGs han llegado a conclusiones fantasiosas basándose en hermosos y aparentemente racionales discursos del tipo: “No les des pescado, sino enséñales a pescar”; o bien: “No explotes a los locales como un colonizador, sino contrátales como si estuvieras en tu país” (las deformaciones sindicales llegan lejos, ya se ve); e incluso: “Implica a la población local en tu proyecto para que aprendan cuando ya no estés” (las deformaciones patronales también originan sus desastres)…
Con esta clase de reflexiones chiripitifláuticas, en los últimos 30 años las ONGs han logrado convertir cada una de sus solidarias misiones en un juego con una capacidad destructiva ilimitada, sin querer enterarse de que no eran ellas las que manejaban el cotarro, sino, como ya se ha dicho, personal, alimentación y logística gratuitas al servicio de los más despiadados señores de la guerra registrados en el planeta.

Colaborando para vadear un río con los todoterrenos desde Ngara a Benako. Foto: LUIS DAVILLA

Colaborando para vadear un río con los todoterrenos desde Ngara a Benako. Foto: LUIS DAVILLA

Pongamos un ejemplo: en el campo de Benako era fácil distinguir a menudo dónde se encontraba alojado algún líder hutu, sobre todo aquellos que habían jugado algún papel esencial en la catástrofe de los días anteriores. En primer lugar, porque una muchedumbre rodeaba sus cabañas (las mejores) para proporcionarles protección. A veces, incluso, era posible ver, sin necesidad de perspicacia alguna, los vehículos Mercedes aparcados a las puertas de sus chozas en los que habían salido huyendo de Kigali o de Kibuye después de liderar durante un par de meses las matanzas más espantosas, planificadas y caprichosas que se recuerdan desde los crímenes nazis y los pogromos stalinistas en torno a la II Guerra Mundial.
Era obvio que todos esos cabecillas tenían establecida una red de informadores, ‘policías’, propagandistas, milicias y secuaces expandida por cualquier lugar del campo de refugiados para controlarlo todo. Y digo TODO. Incluidos, por supuesto, los suministros de las ONG, del ACNUR, de la FAO y de la Biblia en verso…
El personal contratado por las ONG, atendiendo a las máximas ya enunciadas, se componía por supuesto de aquellas personas designadas por los cabecillas y alcaides de la ciudadela, dispuestos a seguir las órdenes con exactitud de aquella ‘autoridad’ en la sombra y, sólo en apariencia, las instrucciones de quienes les firmaban los contratos y les pagaban cantidades que, en muchos casos, jamás habrían soñado obtener en su país.
A mayor abundamiento, cuando una ONG se ve obligada a negociar (y negocia por la cuenta que le tiene, incluso amparándose en los buenos principios de que lo importante es ayudar como sea a los desasistidos) lo hace indefectiblemente con los más chulos, violentos, piratas y que más armas tienen de aquella troupe de asesinos, que son quienes imponen sus condiciones.
La consecuencia inmediata de ello será que ese rebaño de personas en la pobreza más absoluta decidirá con toda lógica arrumbar, seguro que para siempre, el sistema de equilibrios internos y tribales que les ha conducido hasta el siglo XXI.
Me refiero a que todos los consejos de sabios y chamanes a quienes hasta ahora consultaban y a los que habían venido otorgando el poder de decisión sobre los intereses de sus clanes y su tribu, se ven desmoronados y arrinconados (gracias a la acción de las ONG) para otorgarles y reconocerles de manera inmediata la verdadera autoridad a los miembros más agresivos y despiadados, que son los que a partir de ese momento favorecen a unos o a otros con su capacidad de ‘negociar’ con quienes disponen de los recursos que les mantienen: ‘el ejército humanitario’.
Una vez, por tanto, que una ONG pisa el terreno y pone en marcha sus dudosos ‘mecanismos de solidaridad’, de inmediato descuajeringa y destroza para siempre el statu quo milenario de tribus, clanes y sociedades. Todo ello, ya digo, amparados en ‘las buenas intenciones’.
¿Alguien recuerda lo que este boniato mencionó en ocasión anterior?: “Odia la ayuda humanitaria, compadece al que la ejerce”. ¿Se va entendiendo?
Pues tranquilos, que aún nos queda lo mejor y lo tendremos que narrar en otro capítulo… (Se ve que el inconsciente del boniato trabaja a fondo para evitarle llegar al punto más infecto de la narración, pero prometo que le seguiré metiendo caña a ese demonio cabrón para que salga a flote y enfrentarlo a las paradojas sorprendentes aunque me cueste unas arcadas que me harán potar un rato).
Avancemos, pero no sin antes recordar que el mercado de la víctimas sigue a lo suyo: cíclicas hambrunas que los medios achacan a ‘las sequías’ y a cosas aún más extravagantes…
Se diría que estos pueblos son idiotas o tontos de capirote, o que jamás hubiesen existido sequías en sus países o que jamás se hubiesen perdido cosechas en los últimos siglos.
En los años 80, por ejemplo, se reveló al mundo que miles de personas se morían de hambre en Etiopía, según dijeron, por… ¡la sequía!

Al llegar a 'Sodoma' cada día, el amigo makandé escondía su melena para no ser acusado de traición. Foto: LUIS DAVILLA

Al llegar a ‘Sodoma’ cada día, el amigo makandé escondía su melena para no ser acusado de traición. Foto: LUIS DAVILLA

Menuda nos dieron, incluido aquel maravilloso tema musical, con Michael Jackson a la cabeza: «We are the world, we are the children…» ¡Pero, coño!, ¿cómo era eso posible en un país cuyo centro es montañoso e inundado por cientos de fértiles arroyos que bajan por todas partes para preñar el Nilo Azul y dar su último impulso al otro Nilo, el Blanco, hasta permitirle cruzar el desierto?
Y además, ¿es que esa gente de Etiopía, acostumbrada al pastoreo y al nomadismo, es tonta y no sabe o no quiere desplazarse a otros lugares dentro de sus fronteras donde el agua no es un bien escaso?
Pues nada, eso fue lo que nos dijeron (y aún nos dicen) y allá que fueron todos los operativos humanitarios en un despliegue monumental y rodeados de una propaganda mastodóntica para alimentar y atender a cientos de miles de personas. Y los ciudadanos de Occidente, babeando de conmiseración…
¿Hambre por la sequía en Etiopía? NO. La verdadera causa se llamaba «GUERRA». O, si se prefiere, POLÍTICA.
Cientos de miles de personas atrapadas por un conflicto bélico entre facciones bajo una dictadura feroz (primero la de Haile Selassie y después, de signo inverso, la de Mengistu Haile Mariam). Carne de cañón utilizada políticamente para los intereses de dictadores atroces y monstruosos ‘señores de la guerra’. Los cercaban a tiro limpio para que no pudiesen escapar de un lugar desértico. De otro modo, las tribus nómadas se habrían desplazado por el inmenso territorio etíope hasta las montañas preñadas de regatos y de verdor.
Pero la Historia se repite. Y poco después llegó Somalia. Dado que la comunidad internacional, a base de flotillas de vigilancia, les ha cerrado a esos cabestros somalíes sus grifos de aprovisionamiento a través de secuestros de occidentales; dado, igualmente, que ya no existen tantos ZPs dispuestos a pagar rescates multimillonarios por mera cobardía y que Francia (con Hollande a la cabeza) se ha negado a pagar rescates (como hace todo país serio, salvo casos muy singulares), lo cual ha llevado a que asesinen a varios de sus ciudadanos; y dado que la Camorra, la Mafia y la N’draguetta italianas, ante la presencia de las flotillas occidentales de protección, ya no pueden seguir apoquinando un poco de pasta a esa gentuza a cambio de deshacerse de la basura napolitana en las fosas abisales frente a las costas somalíes por cuya gestión la Camorra les cobraba a los políticos italianos una pasta descomunal (léase «Gomorra», de Roberto Saviano), dado todo eso, digo, los ‘señores de la guerra’ somalíes insisten en enternecer a los contribuyentes occidentales con un poco de ‘la piedad’ que saben que siempre despierta en nuestras corazones las imágenes de negritos desnutridos… ¡Anda que son tontos!
Y, por supuesto, ahí están, como lobos, los mercaderes de una posible lluvia de dinero que los gobiernos gastarán en asistir a los ONG’s para que intenten espantarnos esas ‘molestas’ imágenes de nuestros televisores. A cualquier precio.
¡Es el negocio, hermanos! Empiezan a funcionar las leyes del mercado de la conmiseración y la lástima… Y cuando todos esos cooperantes comienzan a llegar allí con sus mercancías, sus todoterrenos y sus dispositivos logísticos, el dinero comienza a chorrear de nuevo y ya tienen un nuevo motivo para seguir peleando entre sí y alzarse con la parte más gruesa de ese solomillo en forma de contratos de chóferes, traductores, personal local de vigilancia y protección, reventa de toneladas de alimentos, secuestros de blanquitos (si es preciso), ‘impuestos’, en definitiva, si los ‘humanitarios’ quieren seguir desarrollando su tarea en paz por aquella zona.
Y el primero que consigue controlar y someter a los ‘humanitarios’ se convierte de inmediato en un nuevo líder para los suyos y será el que verdaderamente gestione y reparta (a ti sí o a ti no) toda esa mercancía de contratos y suministros.
¿Eres de los míos, coleguita, o de aquel de en frente? Te lo advierto: como seas de los otros no recibirás ni un gramo de arroz porque los blanquitos son ‘mis amigotes’, ¿sabes?
¿Por qué los occidentales, cuando vemos a un negrito tendemos a pensar que son siempre gente desvalida y medio idiota que no saben cómo subsistir en la tierra que les vio nacer y en la que vivieron sus padres, abuelos y cientos de generaciones anteriores? ¿Qué clase de razón nos induce a pensar en cosa semejante?
Hay respuestas para eso, pero no es el momento…
En fin, ¿y cómo se resuelve esto? Una: ¡a hostias! La comunidad internacional, con USA a la cabeza, lo intentó, con un dispositivo bélico gigantesco pero inadecuado, en el 93 (¡Black Hawk Derribado!). Convirtieron Mogasdicio en Mogadisney, un festival, un espectáculo retransmitido en directo por Bill Clinton a la manera global. Hasta que los USA no quisieron más muertos en un escenario tan salvaje como el de los ‘Technicals’ (coches y pick-ups convertidos en máquinas de artillería semipesada que patrullan constantemente las zonas bajo su control). Y de ese modo los somalíes perdieron su gran oportunidad.
Segunda alternativa: ¡a hostias también! Pero esta vez entre ellos. Nadie puede hacer nada por un Estado fallido como ése. Y si los cabrones líderes de esas facciones utilizan a los suyos como carne de cañón (como es el caso) para levantarnos el estómago a la hora del almuerzo en los telediarios con la connivencia de los gestores del MERCADO HUMANITARIO, pues que lo resuelvan como puedan o se exterminen hasta que sólo quede un vencedor con el que se pueda negociar.
En fin, la Historia…
(To be continued)