A punto de cumplir 25 años desde el inicio de sus emisiones, un 28 de febrero de 1989, Canal Sur TV no está para demasiada celebración. Muchos son los problemas que se le han amontonado a lo largo de estos años y no siempre se han resuelto, a pesar de contar con la varita mágica de la financiación institucional, ésa que se alimenta y lo corrige todo a final de año con el dinero de los impuestos.
Ni siquiera en el momento de su nacimiento la TV pública andaluza estaba destinada a convertirse en otra cosa que en un aparato de adecentamiento del poder gubernamental, pero, al menos sobre el papel, en su Ley de Creación, la Rtva encontraba cierto argumentario que podía justificar su existencia más allá del sostenimiento de las emisiones que le son más o menos propias.
La programación generalista, en su conjunto, nunca fue un dechado de excelencia u originalidad que le permitiera zafarse de la crítica sobre la verdadera necesidad de seguir echándole carbón a la caldera.
Del mismo modo, su misión vertebradora de cierto espíritu de comunidad, ha generado, y genera, más desafectos que aplausos, en especial entre las masas más activas y urbanas de la sociedad. Los jóvenes, con justicia o no, no han sentido nunca inclinación de ninguna clase hacia sus emisiones, más allá de sumar algunos espectadores infantiles cuando contaba con un canal -hoy cerrado por el coma económico que atravesamos- dedicado de manera intensiva a rascar programas para esa franja de edad.
Para muchos (tal vez demasiados), las emisiones de Canal Sur trasminan, casi 25 años después, un vaho quizás poco confundible pero no muy decoroso, que aglutina a ciertos estratos sociales pero que a la vez los aleja de otros muchos. Y ese mismo fenómeno se observa cuando las distancias se refieren a sentimientos o demandas provinciales o subregionales.
Donde no ha fallado la TV pública andaluza, salvo algún período de pasajera inestabilidad, es en las previsiones ya mencionadas de adecentamiento de la información desfavorable al poder gubernamental, aunque para lograrlo ha sido preciso realizar, sin recato alguno, continuos trasvases de personal desde la Oficina del Portavoz del Gobierno hacia puestos de responsabilidad en la Rtva y viceversa.
Un panorama de crisis general y de ajustes duros hace que mucha gente se cuestione la prioridad de mantener abiertos tantos canales públicos de TV en las diferentes Autonomías, a la vez que recibimos la noticia del amago de Grecia para echar el cierre al suyo.
En mi modesta opinión, un canal público no se justifica por la mera existencia de sus emisiones, pues aclarado queda que todos los argumentos en favor de su continuidad se contrarrestan si, como es el caso de Canal Sur, la televisión se convierte en última instancia, bajo el ropaje del entretenimiento, en un mero y primordial ejercicio de pulir y abrillantar la información.
Algunos directivos de televisiones privadas dejaron claro hace mucho que, si producen programas, es sólo para poder insertar anuncios entre uno y otro o en mitad de los mismos. Pero más penoso resulta que parecido argumento sea el utilizado por una TV pública: producir programas sólo para insertar propaganda o para bruñir la información desfavorable al poder.
Más allá de esto, entre las tareas encomendadas en su día por Ley a la Rtva se encuentra la de ejercer el papel de locomotora de la industria audiovisual andaluza. Tanto si se considera un sector estratégico en nuestros días, como si no, se trata de un argumento que podría resultar convincente, de no ser porque en estos casi 25 años se han empleado enormes partidas presupuestarias sin que el tejido audiovisual andaluz se haya visto incrementado en la proporción necesaria.
Ello no se debe a la impericia de los empresarios del sector, sino, la mayoría de las veces, a una inadecuada comprensión de lo que debe o no debe ser promovido como actividad generadora de riqueza y empleo. Es más, en diversas ocasiones la Rtva se convirtió, con dinero público, en un obstáculo para cualquier proyecto alternativo que pretendiese nacer en nuestra Comunidad e incluso se realizaron ejercicios pro activos y monopolísticos de asfixia contra quien aspirase a crear una nueva opción en el sector que hubiese enriquecido a su vez la pluralidad informativa.
Durante demasiado tiempo, la producción audiovisual de Canal Sur ha sido apenas una ventanilla donde se repartían y sellaban de manera caprichosa cuotas de la programación de la propia TV pública, sin mayor interés en la generación de un clima y una espiral capaz de devolver en beneficios económicos, culturales o sociales lo percibido.
La capacidad de generación de empleo de la Rtva no puede medirse por el número de puestos directos que es capaz de alimentar en su propia estructura, so pena de acabar fagocitándose a sí misma al dedicar dos terceras partes de su presupuesto a pagar los gastos de personal de sus 1.600 trabajadores para mantener un solo canal abierto, mientras que cualquier TV privada de ámbito nacional no llega apenas a los 400 empleados para llenar no menos de tres o cuatro canales de TDT. Es decir, el triple o cuádruple de trabajadores con la tercera o cuarta parte de productividad final.
Una locomotora alimentada con impuestos debiera ser capaz de tirar de ese convoy, pero si la sobrecarga no va en los vagones que es capaz de arrastrar, sino en la propia locomotora, sólo tirará, y a duras penas, de sí misma. Poco más. Hasta que haga… ¡chof!