Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

Tombuctú bajo el silencio

Hay ocasiones en las que el silencio se convierte en la peor impostura, pues cubre a todos con la misma ignominia de los canallas. A menudo, durante graves conflictos, se hace aconsejable la prudencia, pero no el silencio.

Una facción de cafres, islamistas fanáticos que actúan con el nombre Ansar Dine, bajo el marchamo ‘comercial’ de Al Qaeda del Magreb Islámico y con el apoyo de algún grupúsculo tuareg, se ha hecho con el control de dos míticas y antiguas ciudades de Malí: Gao y Tombuctú.

En una mañana, los salvajes han arrasado varios de los monumentos medievales de Tombuctú, catalogada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. En apenas unas horas han derribado el muro de la mezquita de Sidi Yahya, han saqueado y destruido morabitos y sepulcros de los santones de la ciudad, han penetrado como hipopótamos desnutridos en la impresionante mezquita de barro de Djinguerey-ber y terminarán por derribar la histórica de Sankoré, parte de cuya biblioteca, afortunadamente, se guarda desde hace siglos, tras muchas peripecias, aventuras y casualidades, en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

España, y sobre todo Andalucía, comparten con Tombuctú y con Gao,  puertos de llegada de la rutas transaharianas, ambas junto al río Níger, y con todo el Sudán Occidental, una larga historia de intercambios humanos, económicos y culturales. Unas relaciones que arrancan en los orígenes de al-Andalus, cuando las caravanas de comerciantes magrebíes y andalusíes se lanzaron a cruzar el Sáhara atraídos por la irresistible llamada del oro. De la intensidad de estos contactos medievales es expresiva la noticia que nos da el geográfo onubense del siglo XI al-Bakri cuando nos cuenta que en las mezquitas de Gao la oración del viernes se había pronunciado en nombre de los califas cordobeses. A lo largo del tiempo los contactos se mantendrán y serán de ida y vuelta: desde el granadino Es-Saheli, en el siglo XIV, a Gaudí, y del almeriense Yawder Pachá, en el XVI, a Miguel Barceló. En aquella zona se conservan aún lazos y tradiciones con más de cinco siglos de antigüedad, tal como refleja la novela mundialmente famosa “León el Africano”, del libanés Amin Maalouf,

Esta nueva acción terrorista no es anecdótica. Tampoco casual. Pretende ser una provocación más en toda regla a la Unesco y, con ello, a Occidente. Y a fe que lo consiguen, pues la Unesco, y todos los ciudadanos, volvemos a ser rehenes de un grupo de salvajes, idénticos a los que dinamitaron los famosos Budas de Bamiyán afganos.

En aquella ocasión, los dirigentes de la Unesco se vieron obligados a salir a la palestra y, con ello, a propalar y a hacer la propaganda que buscaban los criminales de guerra. Vuelve a suceder lo mismo y otra vez la Unesco y su catálogo de declaraciones patrimoniales sirven de percha inmejorable a grupos terroristas para dar publicidad a sus abominables acciones.

La disyuntiva que nos plantean los terroristas, como bien sabemos en nuestro país, es siempre atroz, pues con frecuencia nos obliga a escoger entre proclamar la indignación y la repulsa que merecen tales acciones o guardar silencio ante las agresiones para evitarles su minuto de propaganda.

Ahora es el momento de la prudencia. Para no agravar la situación. Para que los terroristas no amplíen el uso de la piqueta o la dinamita, pero alguna vez tendrán que entender quienes operan en los supra organismos internacionales que no cabe la tolerancia con los intolerantes. Cabe, sí, el pragmatismo del ‘do ut des’ (“doy para que des”), o el más empleado por la diplomacia anglosajona ‘quid pro quo’ (“algo a cambio de algo”), para poder mantener en pie no sólo los monumentos como testigos de la Historia o como símbolos de la creación humana, sino para proteger algo aún más vital e importante como es la misma tolerancia por la que pelearon durante siglos millones de seres humanos para sostener el a veces difícil  andamiaje de su propio devenir histórico.

Eso es lo que Al Qaeda está queriendo destruir ahora. Bajo la excusa de derribar las mezquitas y los sepulcros históricos de Tombuctú y Gao, lo que los fanáticos islamistas tratan de arrasar es esa tolerancia con la que se ha logrado mantener en pie una impresionante arquitectura humana en una sociedad diversa y compleja en la que todos sus miembros se necesitan mutuamente para sobrevivir.

Es el Dios de la tolerancia al que tratan de extirpar ahora y Occidente debe responder con la contundencia necesaria a quienes se empeñan en utilizar los organismos internacionales como meros conductos para su propaganda. Son un puñado de criminales, una mala especie de ‘botellona’ pegatiros que puede ser desalojada o enterrada bajo la arena del desierto con apenas una trompada de decisiones congruentes. Con prudencia, pero sin más silencios.

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– José Luis Villar Iglesias. Lcdo. en Derecho y Lcdo. en Historia por la Universidad de Sevilla. Autor de la Tesis «Al Andalus y las fuentes del oro».

 

 – Miguel Camacho. Lcdo. en Filosofía y Letras. Fue jefe de gabinete del consejero de Relaciones Institucionales del Gobierno andaluz. Es profesor de Instituto (Historia) en Sevilla.

– José Mª Arenzana. Periodista. Es miembro del Consejo Audiovisual de Andalucía.

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