Anhelo conocer el nombre del autor (o autora) de cierto libelo castrador (tal vez también castrista) que algún energúmeno colega disfrazó días atrás en la web de la Asociación de la Prensa de Sevilla (APS) bajo el epígrafe “Noticias de la Asociación”. De tan sectario y previsible, el desvarío feminazi de dicho libelo no resultaba tan abominable por su contenido cuanto por su pésima y casi ininteligible redacción (imperdonable tratándose de una asociación profesional de periodistas), pero, sobre todo, porque semejante panfleto jamás podría ser calificado de “noticia”, sino, a lo sumo, de opinión de octavilla tirada a ciclostil en la vieja ‘vietnamita’ en desuso de un iletrado y contumaz sectario.
No daré crédito alguno (hasta que ella misma y en persona lo confirme o lo desmienta) a quienes insinúen que semejante desmán ha podido contar con el respaldo de la tenaz, inteligente y honrada presidenta actual de nuestro gremio. Desde que tengo memoria de ella (lo que suma varios lustros), jamás recurrió al anonimato ni a métodos ni soflamas tan infames, mendaces e injuriosas para defender sus ideas (discutibles, si se quiere) o para sostener sus reivindicaciones igualitarias (que no discriminatorias ni igualitaristas). Sus convicciones de primera hora y su irrefutable historial de compromiso a favor de las mujeres empequeñece aún más a las autoras de esa soflama panfletaria que han colado de rondón en la web oficial del gremio (algún truhán también habrá en la secta).
Ese “aquelarre feminazi de hembras ‘enragées’” (copyright del estimado colega Lucas Haurïe) no cesará jamás de retorcerse en su bucle melancólico de aficionadas a la ingeniería social ni será capaz de homologarse en el resto de países europeos mientras continúen recibiendo generosas e insensatas cuotas de poder y de dinero público a la vez que esgrimen, como si les pertenecieran, a las víctimas de mil conflictos diferentes que nada tienen que ver con el hembrismo espeso y cabreado de sus falaces y falsarias proposiciones.
La toxicidad de muchos de sus planteamientos rezuma sólo odio, ventajismo y estulticia, aunque ponen tanto empeño en su debate que la Historia terminará por vestirlas de las miserables vestales o sacerdotisas de una secta tan execrable como la de quienes defendían la necesidad revolucionaria de enviar al gulag a los desviacionistas del bolchevismo o la de quienes falsearon la verdad para resistirse o retrasar la abolición de la esclavitud en los siglos XIX y XX.
La Historia no las absolverá. Ni siquiera será benévola con ellas. Su ciego y torpe fanatismo, su sectaria incompetencia para debatir el evangelismo que las acompaña, su demostrada incapacidad para alumbrar salidas razonadas ni razonables, su perverso afán lucrativo y aprovechategui, su pervertida y destructiva aspiración de demonizar a la mitad de la población sólo por pertenecer al otro sexo, su infame indiferencia después de aniquilar de facto el artículo 14 de la Constitución que consagra la igualdad ante la ley de todos los españoles, las conducirá inexorablemente a uno de esos calabozos inhóspitos donde yacen algunos de los más desastrosos radicalismos de nuestro tiempo.
Sus verdaderas víctimas son muchas, no sólo las mujeres apresadas en las trampas y mentiras de sus imperiosas acusaciones, a menudo ajenas a los auténticos motivos de las denuncias que estas jenízaras de la corrección política respaldan como si les conmoviesen o les afectasen en algo, cuando en realidad les son útiles sólo para sus coartadas de extorsión y de chantaje. También son víctimas de su escandalosa práctica hembrista cientos de mujeres desprotegidas por culpa de la hiperinflación denunciadora que ellas mismas orquestaron para obtener su rédito particular, así como millares de hombres anegados por los intereses bastardos de quienes ven en cada denuncia de malos tratos la posibilidad de arrancar una parcela más del presupuesto, sin importarles en nada la arrasadora consecuencia indiscriminada de una filosofía antropofágica, acientífica, vilipendiadora y matriz de odios irrevocables en lo que un día fue una familia. Y lo son, cómo no, millares de abuelos, de parientes y de menores angustiados y perplejos, arrojados a las fauces de comisarios y comisarias irresponsables, capaces de incendiar mil bosques sólo para salvar su trébol de la buena suerte, ése que atesoran en una maceta pretendidamente progresista y que cultivan con esmero bajo el manto protector de políticos inanes o cobardes.
Un colega de tendedero (es decir, tan colega de profesión como porque coincidimos cuatro o cinco veces por semana en la noble y grata tarea de lavar y tender la ropa al sol en la azotea), me recordaba recientemente que en breve plazo llegarán nuevas elecciones a la APS. De religión no se discute, me dijeron mis mayores, y por ello casi exigiría que, al igual que sucede en la declaración anual de la renta con los fondos que se destinan a la Iglesia Católica, nos dejen marcar con una equis si queremos que los fondos gremiales puedan dedicarse o no a tan aberrantes disparates de las feminazis de la secta. Invito a ello, pero ya verán cómo, emboscadas y emboscados en las diferentes listas, no se dejarán. Odian la libertad. Hasta la de pensamiento.