Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

El asesino de moscas, faraones y gigantes

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Matos, en su último exilio entre Costa Rica y Miami. (Foto: EFE)

Matos, en su último exilio entre Costa Rica y Miami. (Foto: EFE)

El pasado 27 de febrero de 2014 falleció en Miami, a la edad de 95 años, una versión caribeña de Nelson Mandela: el comandante revolucionario cubano Huber Matos. 

Fue enterrado días después en Costa Rica, donde estuvo exiliado tras el asalto al Cuartel Moncada de 1952 y dispuso que sus restos serían trasladados a Cuba cuando finalice la dictadura castrista.

En Costa Rica vivió también la mayor parte de su segundo exilio, desde 1979 hasta su muerte, después de haber cumplido una condena de 20 años en las cárceles cubanas acusado de sedición y traición contrarrevolucionaria. Su destino quedó unido para siempre al mítico comandante Camilo Cienfuegos, lo que constituye uno de los retratos más ignominiosos de Fidel Castro y de la dictadura castrista, así como una síntesis crudelísima del oprobio y la mentira instaladas durante más de medio siglo en la isla.

Tras la huida de Fulgencio Batista, la primera columna de revolucionarios que entró en La Habana, el 2 de enero de 1959, fue la comandada por el barbudo Camilo Cienfuegos al mando de una veintena de hombres, para hacerse con el control de la Fortaleza de La Cabaña por orden expresa de Fidel, que se encontraba en Santiago de Cuba. En aquellos meses, Camilo Cienfuegos, otro confeso anticomunista, era el número 2 indiscutible de la Revolución y era aclamado por la multitud como si se tratara de un Faraón cercano y afable, el único capaz de disputarle a Fidel la adoración popular.

Fidel no llegaría a La Habana hasta el 8 de enero. Ese mismo día, el cariño manifiesto del Ejército y de la muchedumbre hacia Cienfuegos quedó patente durante el discurso que Fidel Castro pronunció ante una enorme multitud reunida delante del Palacio presidencial. Cuando hizo su aparición en la balconada el comandante Camilo Cienfuegos, el alboroto y las aclamaciones llegaron a las nubes y obligaron a Fidel a interrumpir su discurso. Se viró hacia el recién llegado y le espetó su ya célebre complicidad: «¿Voy bien, Camilo…?». Y Cienfuegos le respondió: «Vas bien, Fidel»… Hubo fervor de risas y aplausos desaforados.

¿Voy bien, Camilo...? / Vas bien, Fidel

¿Voy bien, Camilo…? / Vas bien, Fidel

Casi de inmediato, Cienfuegos, hijo de padres anarquistas procedentes de Asturias y Cantabria, fue nombrado jefe supremo del Ejército Rebelde, mientras al Ché, número 3 de la Revolución, se le encargó dirigir la guarnición de La Cabaña, en La Habana, y a Raúl Castro, el número 4 en la jerarquía, se le otorgó el mando militar de Oriente.

Tanto Ernesto Guevara como Raúl Castro, ambos comunistas convencidos (partidarios de la vía china y soviética, respectivamente), habían iniciado desde primera hora una larga lista de represalias y fusilamientos sumarísimos en sus respectivas áreas, pese a las continuas protestas por parte del jefe de ambos, el comandante Cienfuegos.

El malestar de Cienfuegos por estas sanguinarias arbitrariedades fue en aumento después de comprobar, durante un viaje a Nueva York a mediados de ese mismo año, la preocupación de numerosos estamentos fuera de Cuba por los fusilamientos, por las represalias y por la posible deriva hacia el comunismo de la revolución cubana. Fidel, entonces, reorganizó las Fuerzas Armadas y apeó a Cienfuegos de la jefatura del Ejército concediéndole otro nombramiento menor y nombrando en su lugar a su hermano Raúl.

Apenas nombrado, Raúl Castro adopta de inmediato varias medidas significativas. La primera, ordena que toda las tropa de barbudos ha de afeitarse. La segunda, descompone la columna rebelde que acompañaba y servía de escolta a Camilo desde la lucha en la Sierra, dejándole, así, sin su guardia pretoriana más próxima. A la vez, Camilo es nombrado jefe del ejército en Oriente, puesto que hasta entonces había ocupado el propio Raúl Castro.

Entrada de Fidel Castro en La Habana el 8 de enero de 1959. A la derecha, en la foto, Huber Matos.

Entrada de Fidel Castro en La Habana el 8 de enero de 1959. A la derecha, en la foto, Huber Matos.

El 15 de octubre de ese mismo año, otro comandante revolucionario llamado Huber Matos, jefe de la Comandancia de Camagüey, envía una carta de renuncia a Fidel Castro, preocupado, una vez más, por la influencia comunista en el Gobierno y en la cadena de mando del Ejército, así como por las medidas arbitrarias y sanguinarias adoptadas continuamente por los comisarios políticos. 

No era la primera vez, pues a finales de julio de 1959 el comandante Matos, quien el año anterior había logrado conducir una importante carga de armamento para las fuerzas revolucionarias en la Sierra Maestra, tuvo ocasión de trasladarle personalmente a Fidel su preocupación sobre el sesgo comunista de la acción de gobierno y en aquella ocasión, según relató Matos más tarde, Castro le rogó que confiase en él, le aseguró que sus temores eran infundados y que más adelante, si lo deseaba, podría abandonarlo todo si creyese que le había defraudado.

Pero ahora, en octubre, a Fidel se le ocurrió una ‘brillante’ idea. Nada más conocer la carta de renuncia de Matos, emprendió una campaña difamatoria acusándole de sublevación. Seis días después, el 21 de octubre, envía a Camilo Cienfuegos en persona, y no a Ramiro Valdés, jefe de la Policía política, al frente de unos veinte hombres para deponer a Matos y hacerse cargo del mando en la provincia de Camagüey. Si Matos hubiese estado insurreccionado, como afirmaba Castro, tal vez habría sido Huber Matos, el que habría podido detener e incluso liquidar a Cienfuegos y a su reducida escolta con las fuerzas de su acuartelamiento, que le admiraban y le obedecían como a un verdadero líder.

Fidel y Camilo en la Sierra Maestra

Fidel y Camilo en la Sierra Maestra

Sin embargo, cuando Camilo Cienfuegos, amigo personal de Matos, se presenta en el lugar, es invitado a entrar en solitario al cuartel sin sus veinte soldados para comunicarle a Matos la orden de arresto. Conversaron amigablemente y Cienfuegos se mostró ante su amigo asqueado de tener que cumplir aquella orden. Matos le dice:

- ¿Sabes que te han enviado a ti, y no a Ramiro, para que yo te mate? He tomado las precauciones para que entréis aquí sin problemas, pero, por si yo no te mato, ellos tienen decidido acabar con tu vida para luego echarme a mí la culpa y sacarse este problema. 

Tras esa charla, Cienfuegos discute telefónicamente con Fidel en presencia de Matos, quien entrega el mando del acuartelamiento pacíficamente, lo que desbarata el posible complot urdido. 

Acto seguido, Camilo ofrece una conferencia de Prensa y explica los hechos de la detención efectuada y repite lo de la sublevación enunciado por Fidel. Luego, en contra de lo previsto, decide volar hacia Santiago de Cuba con la excusa de resolver allí algunos problemas pendientes no especificados. 

En la semana que sigue, Cienfuegos viaja de un lado a otro y, según el relato del propio Huber Matos, Camilo se pone en contacto dos veces con él en la cárcel. La primera vez le recrimina el lío en el que se ha metido, y le ha metido, con aquella carta de renuncia, pero le anima a que escape, a que evite el juicio que se ha de celebrar, en el cual, Camilo, como captor, se vería obligado a ejercer de acusación.

El 27 de octubre, apenas seis días después del arresto, Camilo vuelve a insistirle amigablemente a Matos para que huya y repite que no debe celebrarse ese juicio bajo ningún concepto. Si Camilo se ve forzado a acusar a Matos de contrarrevolucionario ante un tribunal, éste, a su vez, se vería obligado a poner de manifiesto en el juicio que ambos se habían pronunciado en repetidas ocasiones en conversaciones privadas en contra de la deriva comunista del Gobierno revolucionario.

Al día siguiente, 28 de octubre, Camilo regresa otra vez a Camagüey desde el aeropuerto Ciudad Libertad de La Habana, acompañado del piloto Luciano Fariñas, así como de su escolta habitual, compuesta por el capitán Senén Casas y el soldado Félix Rodríguez. El piloto y Senén Casas continúan viaje hacia Santiago de Cuba para dejar allí a éste último. De regreso en Camagüey, el Cessna 310, siempre con Luciano Fariñas a los mandos, efectúa escala en su camino hacia La Habana y recoge a Camilo y al soldado de su escolta.

Camilo Cienfuegos en los comienzos de la Revolución

Camilo Cienfuegos en los comienzos de la Revolución

Algunos testigos relatan que, aún en Camagüey, un suboficial llamado José Enrique Mendoza Revoredo le informa de la llegada de un cablegrama en el que Fidel da órdenes a Camilo de que no se dirija hacia La Habana, sino hacia Las Villas, donde el jefe militar de dicha provincia, Félix Torres, tiene algunos problemas para resolver con él.

Minutos después, su avión despega con el experimentado piloto teniente Luciano Fariñas en el manejo. Los archivos meteorológicos descartan en torno a las horas del presunto accidente cualquier posibilidad de mal tiempo ni de turbulencias. Y, desde luego, Camilo no incluye tampoco en ese viaje a La Habana al detenido Huber Matos, que sigue preso en aquella ciudad que ahora le ve partir.

Algunos testigos presenciales aseguran que cuatro minutos después de la partida del avión Cessna 310 en el que viaja Camilo, despega de aquella misma pista un caza ‘Sea Fury’, de fabricación británica, con su cañón desenfundado. El piloto del caza desapareció horas después de que regresara a Camagüey sin que se conozca su paradero. El mecánico que revisó el ‘Sea Fury’ a su regreso y que, al parecer, reportó que traía el cañón ametrallador sin munición alguna, falleció ese mismo día atropellado por un automóvil. Un pescador que dijo haber visto cómo un caza disparaba contra una avioneta, fue trasladado a La Habana para ampliar su testimonio y nada más se supo de él. El capitán Cristino Naranjo, amigo personal de Cienfuegos, que estaba al frente del Batallón de Seguridad del Estado Mayor y que había iniciado una investigación sobre los hechos, fue tiroteado y muerto, junto a su chófer, llamado Luis Nieves, en fecha tan próxima a los hechos como el 19 de noviembre, veinte días después de la desaparición de Cienfuegos, a la entrada del campamento Columbia de La Habana por un antiguo luchador de la Sierra, de nombre Manuel Beatón, el cual fue fusilado unos meses más tarde.

Avioneta Cessna 310, similar a la de Camilo Cienfuegos.

Avioneta Cessna 310, similar a la de Camilo Cienfuegos.

La búsqueda por cielo, mar y tierra de los restos del avión y del cuerpo de Camilo fue constante durante muchos días, no sólo por parte de las Fuerzas Armadas, sino también por toda la nación. El diario “Revolución” desplazó a dos de sus reporteros. Uno de ellos era Guillermo Cabrera Infante y el otro, Jessy Fernández. El primero de ambos narró años después, en el exilio, que aquellos días Fidel parecía disfrutar apaciblemente tras las jornadas de búsqueda organizando cacerías de vacas en el campo y otras actividades de ocio, hasta el momento de mostrarse en TV, cuando aparecía con rostro dramático y severo para informar a la población de la infructuosas tareas de localización que se estaban desarrollando.

Caza de fabricación británica Sea Fury.

Caza de fabricación británica Sea Fury.

Otras versiones de miembros del Ejército Rebelde, entre ellos la del capitán Eliecer Grave de Peralta, aseguran que el vuelo de Camilo recibió una llamada por radio para que se desviase hacia la Ciénaga de Zapata, al sur de la isla. Por su parte, el comandante Jaime Costa, asaltante del cuartel Moncada en 1952 y expedicionario de la primera hora en el yate Granma, hace un relato aún más fenomenal y en primera persona como testigo de los hechos. 

Cuenta Jaime Costa que el comandante Juan Almeida, otro de los pioneros revolucionarios y también asaltante del Moncada, le propuso acompañarle por aquellos días en las misiones diarias que desempeñaba, en avión o en automóvil, a las órdenes directas de Fidel. En una de esas ocasiones, Almeida recibe instrucciones de dirigirse en vuelo hacia Varadero, a unos 90 kms de la capital. Allí se encuentran con Fidel y con Osvaldo Dorticós, presidente formal de la República.

Les ordenan sumarse a una comitiva de vehículos, atraviesan en dirección al sur, hacia la Ciénaga de Zapata, la carretera central de Cuba, que conduce de Este a Oeste, y, después de una hora y media de viaje, aproximadamente, llegan a una finca donde se encuentra una pequeña pista de aterrizaje de las que se usan para el despegue de aviones de fumigación. Asegura Jaime Costa que allí había una avioneta Cessna 310 aparcada en un rincón de aquel campo de aterrizaje, que identificó sin ningún género de dudas como la del comandante Camilo Cienfuegos, la cual, supuestamente, estaba siendo buscada denodadamente por todo el país.

El relato de Costa asevera con toda clase de detalles que en el interior del caserón se produjo una acalorada de discusión de horas, que subía y bajaba de tono, en la que participaban Fidel, Raúl, Osvaldo Dorticós, el jefe de la policía, Ramiro Valdés, Emilio ‘Pancho’ Aragonés y otros altos mandos, en torno a la figura de Camilo Cienfuegos, del que también se podían escuchar sus voces y sus argumentos. Cada cierto tiempo, entraban unos y salían otros de la reunión. Así lo relata Jaime Costa en su libro “El clarín toca al amanecer”:

Camilo Cienfuegos en los últimos días de su vida.

Camilo Cienfuegos en los últimos días de su vida.

<<Al poco rato, el silencio imperante hasta entonces fue roto abruptamente, comenzando a oirse voces altas, gritos a veces, exclamaciones e imprecaciones, de un tono más alto… oí la voz tiplada de Raúl, como es habitual cuando él quiere imponerse y hacerse oir, puse atención y no oi más a Raúl. El vocerío venía de una de las casas próximas a la residencia en que nosotros estábamos. Hubo unos minutos de silencio, y luego la voz de Fidel, comoexpresando una conclusión que decía: “El pueblo es el que te condena, nosotros no, y te condena porque quieres ser más que yo, y eso lo destruiría todo y se hundiría la revolución”.

Después, la voz de Camilo que decía:

- ¡Qué carajo la revolución!, si tú sabes que esto se ha jodido por la cantidad de parásitos comunistas que tú has traído al gobierno, y que todas las acusaciones no son más que intrigas de los comunistas con los cuales yo he estado en conflicto desde hace tiempo, y no me soportan, porque no pueden manejarme.
Sonaron golpes como si fueran manotazos dados sobre una mesa, y después un golpe seco, como si un cuerpo hubiera sido lanzado contra la pared de madera. Y un balbuceo de Dorticós, que decía:

- Ya ves, ya ves -y se extendía en expresiones que sólo capté a retazos. Otra vez Camilo, que decía:

- Ahí tienes a Dorticós, intrigante número uno, por entregar la revolución a los comunistas, que cuando nosotros luchábamos, era un miserable botellero de Batista, aspirante a aristócrata, que se ha convertido en el abrepuertas del Partido Comunista.”

…Ahora Dorticós, irritado, que le decía:

-Te opones a todo, te disgusta todo, te atraviesas en todo. No quieres la nueva estructura del Ministerio del Interior, no quieres que se reorganicen las fuerzas armadas, te opones a todos y no cooperas en ninguno de los nuevos planes, y es más, hay un acto, tú esperas llegar exactamente cuando Fidel está hablando, para que se interrumpa el discurso y Fidel tenga que callarse hasta que la gente termine de aplaudirte, para después continuar. Eso lo has hecho veinte veces en el último tiempo, y tú sabes, y todo el mundo sabe, que el Ejército es un semillero de conspiraciones, y que lo de Hubert no fue por gusto y que tú fallaste y que si te dejamos seguir, lo que estabas haciendo, hubiera sido un desastre.

Camilo, sin darle respuesta a lo dicho por Dorticós, decía:

- ¿Tú crees, Fidel, que con tipos como éste, que no es más que un oportunista y un aprovechado, se puede salvar la revolución, cuando se pasa la vida intrigando contra los valores serios del proceso, para alejarlos del poder y forzar la entrada de los comunistas? Ese es un cretino vestido de presidente, que desde que lo trajeron trabaja día y noche para destruír la revolución y ese es tu consejero. ‘No jodas, revolución con el cabezón de presidente’.

Volvía a oírse la voz de Fidel más irritado aún, que atropellando las malas palabras y los insultos, terminaba diciéndole:

- Yo no te hice Jefe del Ejército para que me pagaras de esa manera, lo que eres, es un mal agradecido, un sinvergüenza y un traidor, que siempre estás buscando la forma de atravesarte en mis planes y criticando cuanto yo hago.

La respuesta era firme en la voz de Camilo:

- Carajo, son calumnias que estos intrigantes te han metido en la cabeza, quienes me han hecho tremendo paquete y tú, imbécil, te dejas manejar. Quédate con los comunistas, si crees más en ellos que en mí, quédate con ellos y a tí te traicionarán y te hundirán también. Tú sabes que son unos cobardes y que no pueden ver a ningún revolucionario y que son un factor negativo y extraño que se ha metido dentro de la revolución, incapaces de hacer nada por ellos mismos, sólo saben actuar mediante la traición y nunca de frente. Cobardes, como a mí que me mandaron a buscar, haciéndome creer que eras tú quien me llamaba y por eso vine a este lugar, y entonces el Ché y todos me recibieron y me hicieron entrar aquí engañado, diciéndome que tú estabas aquí esperándome. ¿Por qué no fueron ellos a buscarme para traerme preso? No tienen el valor para eso y sólo se atreven a hacerlo mediante el engaño, Tú sabes bien, Fidel, de lo que son capaces estos descarados, por conseguir sus propósitos.No hubo más diálogo. Apareció Fidel caminando con la cabeza baja y en silencio, tras él, Dorticós, Raúl, Ramiro y otros, se sentaron en el portal de la casa ddonde y como pudieron. Otra vez el silencio dominaba el ambiente, sólo interrumpido por breves comentarios, persona a persona.>>

Tras largo rato de idas y venidas, de unos y de otros, la discusión alcanzó en numerosas ocasiones la altura de gritos, hasta que se escuchó la voz de Camilo que gritó:

<<- Pancho, ¡tírame a los huevos…!>>

A continuación, sonó una ráfaga de ametralladora y luego varios disparos de pistola.
Costa asegura que vio trasladar a un hombre inmóvil en una parihuela hasta el avión allí aparcado, el mismo de Camilo Cienfuegos, y que luego varios hombres prendieron fuego al aparato.

Portada del libro de Jaime Costa.

Portada del libro de Jaime Costa.

En su libro “El clarín toca el amanecer”, Jaime Costa relata así el punto y final de aquellos hechos:

<<Ya las llamas habían crecido y el fuego parecía irse extinguiendo, todos habíamos salido tras Fidel, que luego de andar un trecho se detuvo y, volviéndose, repitió:

- Ya saben, aquí no ha pasado nada, nadie vio nada, fue el pueblo quien le condenó, yo no –y cuando parecía que iba a salir caminando, deteniendo su impulso, se volvió nuevamente para decir- Para la Historia es un héroe, que todo el mundo lo sepa bien, y que sus cenizas se repartirán por toda Cuba, ya que él es un mártir del pueblo, es un héroe.

Montó en la máquina partiendo de inmediato.

Ya era de madrugada y hacía frío. Todos iban a coger sus vehículos y Raúl, que reparó en mí al pasar, me preguntó:

- ¿Y tú, con quién viniste?

- Con Almeida.

- Bueno, vete con él –me sugirió y siguió caminando, agregando- ya sabes que no ha pasado nada…>>

Ché Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos durante un discurso ante las masas.

Ché Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos durante un discurso ante las masas.

En el mes de diciembre de ese mismo 1959, Huber Matos fue juzgado y condenado a veinte años de cárcel. Cumplió su pena en diversas prisiones, principalmente en la Isla de la Juventud, donde fue torturado repetidamente y permaneció largos años aislado en una habitación de cemento, sin ver a nadie, ni siquiera a sus carceleros, que le pasaban la comida a través de una ranura.

En 1979, fecha de finalización de su condena, la mediación internacional logró, al fin, la salida de Huber Matos de Cuba. Jorge Poveda, enviado del presidente de Costa Rica para negociar los detalles de su salida y la de otros varios prisioneros políticos, se trasladó en circunstancias rocambolescas a La Habana para ultimar la salida de Matos. El mismo día de su llegada a la capital cubana, Poveda dice que recibió una llamada sorpresiva anunciándole que el comandante Fidel Castro se entrevistaría con él esa misma tarde.
Según el relato de Poveda, Castro habló con él, casi sin cesar, como suele ser habitual, durante varias horas, de los asuntos más diversos. Entre las pocas preguntas que tuvo ocasión de introducir en aquel monólogo de Fidel, Jorge Poveda narra que en un momento dado le preguntó por la muerte de Camilo Cienfuegos. La respuesta de Fidel se alzó como un monumento magnífico al oprobio, al cinismo, a la ignominia, a la crueldad y a la mentira. Así rememoró Poveda su conversación con Fidel en una entrevista realizada años después para una revista costarricense:

<<¿Y quién mato al comandante Camilo Cienfuegos? …pues yo sabía que ese crimen le era imputable a él directamente…

Sin variar para nada su semblante me escupió la respuesta… ¡¡Huber Matos, a quién te llevarás de aquí pasado mañana, cuando finiquitemos algunos detalles para garantizar su seguridad, pues hay quienes desean cobrarle ese crimen, entre otros!!

Y sin variar la cadencia de sus palabras me dijo: “Para esos detalles, mañana vendrá a visitarte Abrantes, con quien ultimarás los detalles de la salida de Matos”. 

Al preguntarle por la lista de presos plantados, me dijo…”Bueno, eso deberás hablarlo con Abrantes directamente, pues es su materia”. Le mencioné a uno en específico, a quien mi Presidente deseaba liberar: Armando Valladares, un poeta… Fidel cambió su semblante y me espetó: “A ése no, a ése no. Es un farsante, que debe salir caminando por sus propios pies. Sí, chico, ése es un farsante”. >>

De este modo hiperbólico y ciertamente surrealista, Fidel Castro pretendió transformar a quien sólo había querido renunciar a sus cargos militares en el asesino imposible de su amigo y compañero de armas, el legendario comandante Camilo Cienfuegos, a pesar de que en los días de su desaparición, Huber Matos se encontraba depuesto, arrestado y bajo la más estrecha vigilancia de la guardia castrista.

Una especie de Nelson Mandela cubano. (Foto: EFE)

Una especie de Nelson Mandela cubano. (Foto: EFE)

El capitán Senén Casas Regueiro, que no viajaba con Camilo Cienfuegos el día que desapareció su avión por haberse trasladado a Santiago, llegó a ser viceministro primero y Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y en los años 90 fungió durante una década como ministro de Transportes. Su hijo, del mismo nombre, teniente coronel, fue detenido e interrogado en 2012 bajo sospechas de colaborar con la CIA mientras ejercía como ayudante personal del coronel Alejandro Castro Espín, jefe de Coordinación e Información de los Servicios de Inteligencia y Contrainteligencia del MININT y del MINFAR, e… ¡hijo de Raúl Castro!
No pasarían diez años, en 1989, cuando la historia de Camilo Cienfuegos la repetirían los hermanos Castro, esta vez en la cabeza del general Arnaldo Ochoa, el estratega gigante de las columnas de tanques en Angola y Etiopía, jefe del Estado Mayor, adorado por sus hombres y nombrado “Héroe de la República de Cuba”. Fue fusilado junto al coronel Antonio ‘Tony’ La Guardia, el capitán Jorge Martínez y el teniente coronel Amado Padrón tras un nuevo complot urdido contra ellos por Fidel y Raúl Castro que recuerda en todo la peripecia vivida por Camilo Cienfuegos y Huber Matos. Como le ocurriera en su día a Huber Matos, el hermano gemelo de ‘Tony’, Patricio La Guardia, y el ya mencionado José Abrantes, quien había sido ministro del Interior, fueron condenados en el mismo juicio a 20 años de prisión. En la Corte Militar que los juzgó a todos se encontraba, entre otros, el General de División Julio Casas Regueiro, sustituto de Ochoa en África, ex viceministro de las Fuerzas Armadas y… ¡hermano del ya mencionado Senén Casas!, el ausente inesperado en el fatídico vuelo de Camilo.
Fidel, apodado en la isla con el nombre elíptico de “el caballo”, continúa, como el sastrecillo valiente, matando moscas, gigantes y faraones hasta con el rabo.

Un héroe de la Revolución masacrado por la revolución.

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La gran farsa: Camilo, un héroe para sus asesinos.

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