Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

«Víctimas sexy»

| 3 comentarios

Cae la noche sobre Benako y los demonios emprenden la cacería. Foto: LUIS DAVILLA

Cae la noche sobre Benako y los demonios emprenden la cacería. Foto: LUIS DAVILLA

(Este boniato no olvida el hilo principal de su narración, pero debe recordar a los lectores que forma parte de un dudoso ensayo terapéutico cuya consecuencia resulta algo peor que incierta. Quizá se produzca en algún momento un punto de inflexión. O tal vez no y lo único que logre el boniato sea hundirse en simas emocionales que se conservan intactas en algún lugar recóndito de su alma o su cerebro. Sigamos…)
Más allá de todo el anecdotario y descripciones que se vienen desgranando sobre la experiencia en aquel lugar infame llamado Benako, habitado por la inmoralidad más abyecta con la colaboración insensata de la ‘ayuda humanitaria’ y el apoyo moral y económico prestado por una clase de inaudita compasión de millones de ciudadanos occidentales, a este boniato le interesa reflejar el significado y consecuencias de esa ‘ayuda’ que será mejor pensar, sólo por el momento, bienintencionada.
Pronto se verá más claro que quizá detrás de todo ello sólo existe una idea de negocio pura y seca de consecuencias tan inesperadas como abyectas.
Dijimos que la ayuda humanitaria destroza y desbarata para siempre la estructura de las sociedades a las que pretende ‘ayudar’, pero según los parámetros habituales, incluso los más serios y sinceros, ni siquiera esto sería lo peor si, a cambio, dicen ellos, obtenemos la salvación de muchas vidas. Éste fue el origen de las ONGs modernas y me refiero con ello, claro está, a Medecins Sans Frontières, durante la guerra de finales de los 60 y comienzos de los 70 en Biafra, como ya vimos (v. “El origen de un error: el horror”).
Sin embargo, incluso ese argumento poderoso es mucho más que discutible (a menudo falso) y amenaza con venirse abajo apenas sigamos avanzando en esta historia.
Ya ha mencionado este boniato la imposibilidad de solucionar algunas cosas si no es a leches limpias. También que, en demasiadas ocasiones, la llamada ‘ayuda humanitaria’ no sería conveniente ejercerla sin antes y durante haber empleado la fuerza para templar el terreno. Es más, dijo que a menudo no hay mejor ayuda humanitaria que el reparto de un buen montón de hostias que pongan a la gente a caldo y se tiente la ropa si desea de verdad alguna clase de ración alimentaria, etc. Aunque, eso sí es verdad, en tales casos suelen pagar algunos, o muchos, inocentes, pero, ahora sí, es el precio…
Este boniato, por más que haya ofrecido algunas conclusiones por anticipado, no parte de una idea preconcebida, sino que ha llegado a las mismas después de contemplar la realidad de lo que ocurría muy a menudo con este tipo de actuaciones y de observar que la masa en Occidente no está dispuesta a escuchar la realidad por más que se la repitan y se la demuestren con pruebas fehacientes.
Conociendo los datos y los hechos se puede llegar a una conclusión, la que cada cual prefiera o le resulte más convincente (atención al riesgo de que la escogida sea la que resulte más ‘conveniente’), pero el boniato, al margen de esto, también ofrecerá las suyas.
Si el boniato se demora en relatar determinados hechos, no lo hace sólo por sangrarse a sí mismo la memoria, sino para que cualquiera tenga acceso a los elementos que avalan lo que aquí se expone. Y si luego del relato, alguien no está de acuerdo, o le resulta demasiado doloroso aceptar la derivada, pues allá cada uno con su bola y que Dios se la bendiga cuanto pueda. Las reclamaciones al maestro armero…
En narraciones anteriores vimos cómo los líderes y los ejecutores de cientos de miles de asesinatos sistemáticos y espantosos en el interior de Rwanda campaban a sus anchas en una ciudadela improvisada de refugiados llamada Benako, junto al río de los horrores, el Kagera, y cómo en ese lugar los cabecillas controlaban hasta el último resquicio de lo que sucedía a toda hora en lo que, en apariencia, era un coro de la pena de gente desvalida, hambrienta y fatigada.
Al caer la tarde, después de una jornada intensa, todos los operativos humanitarios volvían a la base de Ngara, establecida a más de dos horas de camino (apenas a 20 kms de distancia), para reponer fuerzas, intercambiar experiencias y tratar de mejorar sus prestaciones al día siguiente.
Los dos boniatos y el makandé regresaban con los convoyes y se refugiaban para el descanso en el campamento de ingenieros de la CE, para tomar una ducha, limpiarse el barro y el polvo amontonados por el camino y, cómo no, disfrutar del lujo de un trozo de pan con aceite y algunos platos que estaban a disposición del equipo de técnicos, afanados, más o menos concienzudamente, en construir una carretera hacia Dar-Es-Salaam que era financiada, aunque quizá no venga al caso decir esto, con nuestros impuestos.
Luego, en aquel refugio rodeado de una alambrada, nos permitíamos incluso disfrutar de una cerveza bajo las estrellas en conversa con irlandeses e italianos (las normas europeas obligan a que en esta clase de proyectos con fondos de la CE participe personal de al menos tres países diferentes que formen una especie de UTE para la ocasión).
Os recuerdo que estamos en 1994, año del Mundial de Fútbol celebrado entre el 17 de junio y 17 de julio en Estados Unidos. Fue el Mundial en el que Italia nos eliminó en Cuartos de Final después de un descarado codazo a Luis Enrique por el que el árbitro no pitó ni falta. Llegaron a la Final Brasil e Italia y los brasucas se proclamarían por cuarta vez campeones del Mundo (Tetracampeaoes!).
Puesto que aquel campamento remoto estaba en el fin del mundo y en medio de ninguna parte, la señal de TV sólo era posible recibirla mediante una antena parabólica de varios metros de diámetro que los técnicos habían instalado convenientemente entre la maleza. Un campamento de italianos, o de brasileños, durante un Mundial de Fútbol, no sería concebible sin tener en cuenta estos detalles.
Para ello, los peritos, topógrafos e ingenieros del proyecto se habían hecho transportar desde el otro lado del mundo el armatoste o creo que el equipo de profesionales habría dimitido al completo. O tal vez figuraba como una cláusula más en sus contratos.
Lo cierto es que el aparato llegó en plazo para ver la fase previa del Mundial, pero a algún soplagaitas se le olvidó meter una pequeña pieza imprescindible para hacer funcionar aquella inmensa antena satelital.
Nuevo encargo, esta vez a toda prisa, y nuevo flete de aviones en cadena para que el adminículo que faltaba pudiera viajar desde Europa hasta el fin del mundo para ser instalado antes de la sesión inaugural.
No lo sé, pero quizá también debería considerarse esto ayuda humanitaria a poblaciones en situación de emergencia…  ¡Que se lo pregunten a aquellos italianos! Dios sabe la que habría podido liarse si no se llega a recibirse a tiempo.
En definitiva, durante aquellos días, en los armoniosos atardeceres violetas de la sabana africana entre las acacias, pudimos disfrutar al anochecer de algunos partidos desde aquel balcón que casi se asomaba a la tragedia.
A la mañana siguiente, de forma invariable, los convoyes de cooperantes reemprendían su marcha hacia Benako, acompañados, cómo no, de dos boniatos y un tipo makandé, sospechoso de colaboracionista con los belgas por llevar el pelo largo. Otra vez, como cada mañana, las dos horitas largas de viaje, atravesando fangales a destajo antes de llegar a nuestro destino.

Campo de refugiados de Benako, un hormiguero voraz y retaguardia de un ejército asesino. Foto: LUIS DAVILLA

Campo de refugiados de Benako, un hormiguero voraz y retaguardia de un ejército asesino. Foto: LUIS DAVILLA

En una esquina de la ciudadela, al lado de la carretera, invadida por miles de personas que entorpecían el trasiego de camiones cargados de grano y suministros, procedentes de la alejada capital tanzana, se encontraban los frágiles almacenes donde se acumulaban toneladas de grano, de arroz, de sorgo, de maíz, etc., todos con sus sellos bien vistosos de la CE o de US-Aid (ésta última es la organización SÍ gubernamental que coordina los esfuerzos de todas las mal llamadas ONGs yanquis y al menos tienen la decencia de coordinarse entre sí a través de un organismo del Gobierno, dado que, de todos modos, la práctica totalidad de ellas reciben fondos estatales).
Por si alguien no lo sabe, en la jerga humanitaria (lo relata muy bien Jordi Raich en un libro que el boniato ha mencionado) se emplea la expresión “Víctimas sexy” para referirse a este tipo de humanitarismo que alguien logró poner de moda en un momento dado.
Por ejemplo, un año, o una temporada, las “víctimas sexy” pueden ser las mujeres con burka en Afganistán; en otro momento, alguien consiguió desviar la atención hacia las víctimas de minas antipersonas en Camboya; o hacia el hambre en Etiopía; o hacia la ablación de clítoris en Guinea…
Las EMPRESAS humanitarias (nótese que entramos en el más puro mercantilismo global) suelen desplegar cada cierto tiempo ante sus gobiernos respectivos una panoplia a modo de catálogo de postales turísticas para que algún secretario de Estado o algún director general de una agencia estatal de cooperación elijan lo que desee poner de moda, en función de sus prejuicios o deseos.
A cada elección que realiza uno de esos tipos con suficiente dinero disponible, el resto de ONGs se pone en marcha de inmediato y presentan planes parecidos sobre dicho asunto allá o acullá para estar a la moda y tener acceso de ese modo a un pedazo del pastel presupuestario de sus gobiernos.
El diterismo humanitario funciona de este modo y, a veces, para conseguir un pedazo de mercado, invitan a periodistas de todo el mundo para que hagan unas fotos y narren su experiencia durante un par de días en algún apartado lugar del planeta.
Si de ese modo logran alguna repercusión mediática, eso les valdrá a los ‘empresarios’ del negocio para que el secretario de Estado de turno tal vez vire su mirada hacia el proyecto o misión que les presentarán próximamente antes de convertirlo, con una buena campaña de publicidad, en un nuevo ‘proyecto sexy’ para la población occidental.
Así, aunque nadie supiera ni palabra un minuto antes sobre una horrible situación en Darfur, en Somalia o en Katmandú, un día después se encontrará un sorprendente titular que anuncia que tropecientas mil personas han muerto ya de hambre en aquel lugar.
¡Cojones!, ¿pero eso comenzó ayer acaso? ¡No! Llevaban tal vez meses, pero fue ayer cuando alguien publicó la noticia ‘sexy’ pretendida por el humanitario y así transformó un tema anónimo en un asunto estrella para uno o varios gobiernos.
En Rwanda, es obvio, no sucedió de ese modo, sino que sobrevino de una forma mucho más procaz y escandalosa, como en parte ya sabemos, y cuyos principales datos convendrá rememorar en algún momento para aclarar algunas cosas no muy conocidas.
Pero un día más, decíamos, estábamos en marcha hacia Benako.
La ciudadela rugía cada mañana en un trasiego de hormiguero, envuelta en una polvareda salpicada de hogueras con pucheros humeantes que deforestaba kilómetros y kilómetros cuadrados alrededor de sí.
Unos iban a por agua a la depuradora de los alemanes. Otros hacían cola para recoger la bolsa de granos frente al almacén de alimentos, a veces durante horas y no siempre muy ordenadamente. En ocasiones, un tumulto se organiza y todo quisque se abalanza sobre los sacos mientras una reata de personal local contratado pone orden a varazo limpio contra la muchedumbre.

Una colaboración involuntaria pero infame en aquel horror. Foto LUIS DAVILLA

Una colaboración involuntaria pero infame en aquel horror. Foto LUIS DAVILLA

Por supuesto, el recuento de los sacos de comida no es nunca demasiado exhaustivo cada mañana por parte de los cooperantes, pues dan por sentado y aceptado que cada día, sin lugar a duda, al abandonar el poblado, los vigilantes contratados harán desaparecer importantes cantidades de ese grano que luego almacenarán por su cuenta, por orden de sus alcaides y jefecillos para revenderlos a las poblaciones tanzanas de los alrededores a considerable precio.
En aquellos días, por ejemplo, el precio de la carne en la ciudadela del espanto cayó en picado porque los refugiados viajaban con sus cabras y animales. El precio de los plátanos, que producían en pequeñas cantidades los agricultores de Tanzania, se disparó a las nubes, pues se trata de una fruta muy apreciada y común en la dieta de los ruandeses. La inflación de grano regalado por las agencias humanitarias desplomó el comercio local y arruinó a muchos agricultores…
Puede verse ahora que la Bolsa no funciona sólo en Londres o NY. Son las leyes de la economía, es decir, de la necesidad. De modo que nadie me venga con discursos camelísticos en contra del capitalismo porque se trata del obvio mecanismo de la oferta y la demanda que funciona en cualquier sociedad. Cualquier dirigismo por entorpecerlo o encauzarlo en otra dirección termina por producir consecuencias abracadabrantes en toda la región.
A menudo, los propios tanzanos de los alrededores, como en muchas otras partes, descubren enseguida cómo funciona aquel ‘negocio’ y abandonan de inmediato sus labores para disfrazarse entre la ola de refugiados como uno más y así disponen de comida asegurada sin doblarla mientras dure la situación de conflicto humanitario. Aprenden pronto a disfrazarse de manera ‘sexy’ y a confundirse con los recién llegados.
Otra cosa muy común es que entre los cargamentos de los camiones con ayuda humanitaria uno se encuentre con un buen montón de toneladas de un producto que los locales no han visto jamás en su vida y que no saben cómo se cocina ni para qué cojones sirve. Es como enviarle arroz a un esquimal o una tabla de mariscos a un tuareg. ¡Cara de haba! Puffff…! En Benako, el maíz podía considerarse material sobrante, toneladas de un excedente absurdo que los propios refugiados te ofrecían en bolsitas por una perras dado que no sabían que hacer con aquel manjar alimentario. Y eso que poner a disposición todas esas toneladas de comida inútil y arbitraria en aquel lugar había costado diez o veinte veces más de su precio normal de mercado en cualquier ciudad.
En “Lords of Poverty”, el best seller de Graham Hancock, se incluyen fotografías de medicamentos enviados por la ONU a través de sus agencias a remotos lugares del planeta para nativos en situación de emergencia, tan absurdos como cafinitrinas para los ataques al corazón, pastillas para dormir o antidepresivos. Y muchas de las veces, todos ellos… ¡caducados!
Y no sólo no los necesitan, sino que ni siquiera los propios cooperantes (estos sí que pudieran necesitarlos en muchas ocasiones) se atreverían a tomarlos una vez vencida la fecha de caducidad. Pequeños disparates sin importancia.
Vamos a lo trascendente. Aquello que dije que convertía a Benako en uno de los lugares más inmorales y asquerosos del siglo XX.
Ya hemos visto a las troupes de logistas distribuir comida a diario y comprobar que buena parte de aquello era secuestrado y manejado a su antojo desde la distancia por los alcaides y líderes de los asesinos hutus que campaban por todas partes a base de contratos de las ONGs. Nos falta ver lo que sucedía cada mañana en los hospitales de campaña.
A las afueras de Benako, en lo alto de una colina, había un cementerio, por supuesto, y un enterrador cuyo única misión consistía en apuntar en una sucia libreta los nombres de los fallecidos en el lugar: el primer nombre que figuraba en aquella libreta era el de una niña llamada Moukandaïsaba. No figuraba si era hutu o tutsi.
No estará de más señalar que la población de Benako se componía de miles de hutus que huían despavoridos de la amenaza del Ejército Patriótico Ruandés (tutsi), a punto de invadir la frontera norte con Uganda. También, por supuesto, miles de tutsis que habían logrado escapar de las matanzas. También, miles de hutus moderados que no participaron de aquella explosión de locura colectiva y, cómo no, decenas de miles de personas cuyo padre era un tutsi y su madre una hutu, o viceversa, pero que, pese a sus rasgos faciales, más cercanos a la genética del padre o de la madre, revelaban para los asesinos una caprichosa condición particular.
De todos modos, en los últimos años, el Gobierno hutu de Ruanda había restablecido la antigua obligatoriedad del DNI para todos los ciudadanos donde figuraba, por disposición legal, la etnia a la que pertenecían. De ese modo, miles de personas con rasgos finos y narices alargadas, morfológicamente de etnia tutsi, tenían estampado en su carnet que eran hutus. Y al contrario, miles de personas de narices achatadas y frente ancha, parecidas a las de los gorilas, figuraban como tutsis sólo porque su padre o su abuelo, tal vez un hutu, le imprimió su genética particular.
Todo este prolegómeno servirá para concluir en la siguiente arcada de este relato infame, pues cada mañana, los sanitarios de las ONGs, al entrar en sus hospitales de campaña, asistidos durante la noche por el personal local contratado a tal efecto (“enseñándoles a pescar”, ¡manda huevos!), se encontraban a pacientes que, encontrándose el día anterior en estado muy grave y unidos en un camastro a diversos sueros con medicamentos, se habían esfumado durante la noche.
Al principio, al menos, el personal local se molestaba en esconderlos o enterrarlos lejos del hospital y lograron engañar durante un tiempo a los sanitarios. Pocos días después, el personal local contratado ni siquiera se molestaba en transportarlos a otro lugar y en tapar sus huellas, sino que muchos enfermos amanecían degollados, o estrangulados, o apuñalados, o envenenados en sus propios camastros y el personal contratado se encogía de hombros si les preguntaban qué había sucedido en el hospital durante la noche anterior…
La locura seguía viva fuera de las colinas de Ruanda, esta vez sostenida gracias la ayuda humanitaria occidental, que se encargaba de alimentar, ¡en nombre del humanitarismo y de la salvación de vidas inocentes!, a la retaguardia de un ejército de locos asesinos que habían huido en desbandada y que sólo estaban ganando tiempo por si fuera posible entrar a reconquistar sus pueblos y ciudades para consumar el genocidio que habían dejado a medias… Mientras tanto, en el interior del campo, seguían escogiendo a sus víctimas cada noche y prolongando la masacre, esta vez gracias a la colaboración involuntariamente infame de las ONGs.

¡¡Mecagoentodoslosdemoniosquepariolaputamadredeaquellosasesinos!!!

3 comentarios

Deja una respuesta

Los campos requeridos estan marcados con *.