Pepe Arenzana

Historias de un Boniato Mecánico (A Clockwork Sweet Potatoe's Stories)

Estocolmo, belleza flotante

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Hay muchas formas de conocer Estocolmo. Una de ellas es ganar el Premio Nobel. Al resto nos queda recorrer sus calles y cruzar los infinitos puentes que unen las islas sobre las que se asienta la capital de Suecia para descubrir la tranquila belleza de una ciudad señorial, cargada de historia,  fría por fuera pero de corazón caliente.

Si en lo que va de año no ha recibido ninguna invitación para asistir a una ceremonia oficial en el Concert Hall de Estocolmo, no le han reservado asiento en el Stadshuset (el equivalente del Ayuntamiento) para una gran cena junto a los reyes Gustavo y Silvia, ni encuentra forma alguna de participar en un baile de gala en el Blue Hall, puede estar seguro de que tampoco esta vez le han concedido el Premio Nobel. Otra vez será. Pero eso no le impedirá conocer esta hermosa y apacible ciudad, orgullosa de ofrecer al visitante la mejor de sus caras en cuanto los días comienzan a alargarse y el sol inunda de luz los embarcaderos frente al Gran Hotel y los ocres de las fachadas de los históricos edificios del Gamla Stan, el barrio viejo, cobran densidad de pintura al óleo.

Un millón y medio de personas vive en la capital sueca, que se esparce a lo largo de catorce islotes ubicados en el extremo oriental del lago Mälaren. Hasta aquí se cuela el mar a través de laberínticos canales que se retuercen entre las 25.000 islas del archipiélago más grande del mundo, el que separa a Estocolmo del mar abierto.

Un complejo sistema de esclusas y compuertas distribuidas por toda la ciudad separan las frías aguas del lago de las no menos recias del Mar Báltico y le otorgan a Estocolmo una leve sensación de barcaza amarrada a puerto.

De nada serviría intentar convencer a aquellos que tienen pensamiento de viajar hasta aquí de que la climatología de Estocolmo es benévola. No es ningún secreto que el otoño y el invierno pueden llegar a ser muy fríos. Y eso no suele fallar nunca. Pero, del mismo modo, las pocas horas de luz del mes de diciembre pueden deparar un rato de sol y, entonces, el aire en Estocolmo se transparenta como en ningún otro lugar del mundo y le otorga a la ciudad una belleza insólita.

Este mismo espectáculo se repite, con más asiduidad, a partir de abril, y en el verano los días crecen hasta casi no existir la noche. El ocaso se mantiene durante horas interminables, como si el mecanismo del sol se hubiera quedado trabado en pleno cielo. En realidad, alrededor de junio y julio, jamás anochece del todo, en venganza por el crudo y largo invierno que tantas incomodidades y oscuridad aportaron a la bella capital sueca.

Es por esas fechas cuando los estocolmenses se echan a la calle con fruición latina, buscan el esparcimiento a orillas del lago, se bañan, pescan, pasean y ocupan los numerosos y gigantescos parques de la ciudad como si la naturaleza les hubiese regalado una nueva vida.

Los aficionados a la estadística siguen señalando de Suecia el alto índice de suicidios y las altas tasas de impuestos que deben pagar sus habitantes en un sistema altamente estatalizado y paternalista, pero olvidan el infinito número de museos con que cuenta la capital (existen museos de cualquier asunto imaginable: desde uno dedicado al tabaco sueco a un ofidiario, zoo de serpientes y cocodrilos), o las inmensas superficies de bosque dentro de la ciudad, o que, por ejemplo, usted se puede sentar a pescar truchas y salmones del tamaño de la manga de un abrigo desde cualquiera de los puentes del centro. ¿Alguien da más?

A los suecos les gusta inventar. O hay muchos grandes inventos suecos. O a los suecos les gusta presumir de sus invenciones. Todo eso se confunde en una especie de orgullo colectivo, menos nominal que industrial. Quiero decir que si Alfred Nobel es un nombre propio, la llave inglesa, pese a su apellido, es un invento sueco de principios de este siglo del nombre de cuyo autor ahora no quiero acordarme. Bueno, sí: Johan Petter Johansson.

En Suecia se jactan de poseer gigantescas empresas que enriquecen al país y que nacieron de un proyecto aparentemente nimio y personal. Tetra Pack, por ejemplo, posee la patente de los envases de cartón con el interior metalizado que se distribuyen en todo el mundo para todo tipo de productos; Ericsson, la empresa de telefonía, lleva el nombre y tiene su remoto origen en un inventor de finales del siglo XIX y es hoy un gigante de la tecnología digital a nivel planetario; Volvo y Saab se han convertido en dos empresas espectaculares dentro del sector de la automoción; y así un largo etcétera de invenciones y empresas en el campo de la medicina, la alta tecnología o… el diseño.

Si dijésemos que el diseño en Suecia es una fiebre no haríamos justicia a la trascendencia de este hecho. Es más, mucho más, casi un endemismo congénito sin el que los estocolmenses no sabrían vivir. Pero una vez más, no se trata sólo de estética, sino de explorar hasta las últimas posibilidades con el fin de fabricar más. Bajo el concepto de “menos es más”, las escuelas de diseño suecas han extendido sus creaciones de estilo simple y minimalista a todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Muebles, objetos domésticos y rutinarios, sean de papelería o menaje de cocina, adornos en plata o cristal, floristería, ropa, escaparatismo o una simple bicicleta, nada escapa a esta enfermedad de transmisión visual que constituye el diseño. Pero, como ya se ha dicho, detrás se mueve una poderosa industria que ha extendido sus tentáculos por medio mundo con marcas tan conocidas como Ikea, especialistas en fabricar muebles baratos de diseño y que ha inoculado un virus irresistible en los consumidores medios (la inmensa mayoría) de cualquier ciudad europea.

Así pues, triunfar en cualquier faceta del diseño sería otra forma inmejorable de cursar visita a Estocolmo. No en vano el arquitecto español Rafael Moneo, autor del nuevo edificio que alberga el Museo de Arte Moderno de Estocolmo, anejo al de Arquitectura y Diseño, y cuyo restaurante-cafetería, uno de los mejores de la ciudad, lleva en su honor el nombre de Kantin Moneo, es considerado en todo el país casi como un ídolo de la música pop.

A propósito de ídolos de la música ligera: otra manera única de aproximarse a la ciudad de Estocolmo sería ganar cualquiera de los concursos de Eurovisión y, a partir de ahí, lograr vender unas cuantas decenas de millones de discos en todo el mundo en los próximos años. Claro que para dicha tarea le quedan vetadas un centenar de canciones como “Chiquitita”, “Fernando”, “Dancing Queen”, “Waterloo”, “Thank you for the music”, “Knowing me, knowing you”, “Gimme!, gimme!”, “Voulez-vous”, que ya convirtieron en éxito mundial los que, en una rápida visita a Estocolmo, pudieran parecer los santos titulares de la ciudad: Agnetha, Benny, Björn y Annifrid (Frida); o sea, ABBA.

Hoy, sus cuatro componentes están separados en lo profesional y en lo sentimental, pero el grupo ABBA unifica y vertebra los paisajes íntimos y espirituales de los suecos más que el ‘smorgasbord’, el tradicional arenque a la vinagreta de la cocina popular sueca, y tanto al menos como la Familia Real o la Real Academia, encargada de otorgar cada año los Premios Nobel.

Para los más mayores, ABBA sería el equivalente de los viejos boleros o del pasodoble bien bailao en España; para los coetáneos del grupo representaron algo así como el renacimiento de los Beatles; y para los más jóvenes es la música que sigue sonando en las fiestas familiares y que se escucha en las estaciones de metro o en el aeropuerto. Son indiscutibles, no se le ve el final a esta historia de amor entre los ABBA y Estocolmo. Ni siquiera a pesar de los problemas fiscales que alguno de sus miembros tuvo tiempo atrás con el Ministerio del ramo.

Baste decir que en el Nordiska Museet de la capital, los ABBA cuentan con una exposición que ocupa casi por completo los sótanos de dicha institución y en la que se exhiben ininterrumpidamente documentales y videoclips, ropas y plataformas imposibles de sus miembros, instrumentos originales del grupo, premios y condecoraciones obtenidas alrededor del mundo, carteles y merchandising de la época, como Barbies vestidas al modo del legendario grupo, etc.

Así como Sevilla tiene al Gran Poder y a la Macarena; Roma a Rómulo y Remo; La Meca al cadáver de Mahoma, Nueva York a Woody Allen; la Ciudad del Vaticano al Papa; y Miami a Sonny Crocket, Tubbs y al Teniente Castillo de la serie de TV “Corrupción en Miami”; Estocolmo tiene a los ABBA. Oremos.

No ha ocurrido lo mismo con los extraordinarios tenistas suecos. Al legendario Bjorn Borg, que un día apasionó al país y a medio mundo con su juego, su larga melena y su aspecto hippy, lo enterraron después de una licenciosa vida llena de escándalos e impagos fiscales que le llevaron a refugiarse en Montecarlo. Fue apeado del altar en muy poco tiempo y las nuevas generaciones de excelentes tenistas no han logrado arrebatar el corazón de los escandinavos como lo hiciera aquel mítico jugador cuya presencia en la capital se reduce hoy a una serie de tiendas de ropa de moda en régimen de franquicia.

Gamla Stan, el barrio viejo, ocupa una de las islas más pequeñas de Estocolmo (la más pequeña tiene una extensión un poco superior a la de un bungalow sencillo) y acoge un precioso barrio de calles estrechas, pintorescas tiendas de recuerdos, venta de originales artesanías y de antigüedades y restaurantes con actuaciones de jazz.

En este barrio de origen medieval también se encuentran el Palacio Real, la Catedral, la Real Academia Sueca y, próximamente, el Museo Nobel, actualmente en preparación y cuya apertura será el broche de oro a las celebraciones que tendrán lugar con motivo del primer centenario desde que se otorgaron  por primera vez estos premios.

La peculiar ubicación sobre islotes ha hecho que la ciudad cuente con una espléndida red de transporte por barco, de forma que sus habitantes suelen emplear este sistema en vez del autobús o el metro para desplazarse de un barrio a otro y existe una variadísima oferta de viajes panorámicos mientras se cena a bordo de alguna embarcación.

Los largos, crudos y oscuros inviernos de Estocolmo han procurado que la capital cuente con una oferta museística verdaderamente impresionante para que sus habitantes encuentren cómo ocupar el tiempo de ocio. Piense en un asunto, en un objeto o una actividad cualquiera y casi con seguridad encontrará que tiene un museo dedicado, desde el Museo del Vino y Espirituosos, a un Telemuseum, un Museo de las Marionetas, un Museo Postal, otro de la Música, etnográficos, biológicos o dedicados a diferentes tecnologías.

Curiosamente, un museo dedicado exclusivamente a un galeón, el Vasa, que naufragó en 1628 el día de su viaje inaugural y a 600 metros de donde fue construido, pasa por ser uno de los más visitados de la ciudad. Se trata del Vasa Museet y ocupa un peculiar edificio en la ribera de la isla de Djurgarden. Nadie en Estocolmo ha dejado de visitar en alguna ocasión el Vasa, orgullo de la marina sueca durante su construcción, pese a que lo protagoniza un bochornoso fiasco de fabricación nacional, aunque del siglo XVII. Eso sí, su impecable diseño y artística ornamentación es digno de visita y admiración.

Pero si los santos titulares de Estocolmo pudieran parecer a primera vista los integrantes del grupo ABBA, existe otro personaje tan enraizado en el alma de los suecos como Mickey Mouse en Disneyworld, o el Manacken Piss entre los belgas: me refiero a Pippi Calzaslargas

La autora de Pippi, la escritora Astrid Lindgren, podría ser una de las mujeres más ricas de Suecia de no ser porque el fisco de su país le ha exprimido en todos estos años de tal modo sus ingresos que hoy se mueve por la ciudad en taxi con una tarjeta especial y gratuita que le ha concedido el Ayuntamiento como premio a sus contribuciones a lo largo de toda su vida.

Así llegamos a otra magnífica manera de conocer la capital de Suecia: convertirse en niño. Tampoco es mala opción para poderla disfrutar de pleno, porque en Estocolmo se atiende con insólito y pulcro esmero a los niños y la ciudad cuenta con áreas espectaculares para ellos.

Los autobuses que conducen a Skansen, Gröna Lund, Junibacken o Vilda Vanadis, que son algunas de las áreas de recreo dedicadas a los más pequeños, cuentan con plataformas a la altura de la acera para facilitar la entrada y salida de los niños. En Skansen, un museo al aire libre orientado a las actividades de la vida rural en Suecia, se encuentran granjas auténticas, toda clase de animales autóctonos, e incluso pueblos copiados del pasado en el que viven familias enteras como si formasen parte de un belén viviente.

Conviene no menospreciar el atractivo que para los adultos pueden  tener este tipo de áreas recreativas, porque a menudo pueden resultar impresionantes, como el parque acuático de Vilda Vanadis, o el parque de cuentos de Junibacken.

Así pues, si usted hace tiempo que dejó atrás la pubertad, no acapara las listas de éxitos ni ha logrado vender varios millones de discos en los últimos años, no es una estrella del diseño en cualquiera de sus facetas, ni tampoco este año le han otorgado el Premio Nobel, comprenderá que no está en las mejores condiciones para conocer Estocolmo. Pero, de cualquier modo, podrá disfrutar de la cordialidad, la naturalidad y la liberalidad de sus gentes, y descubrirá una carismática ciudad que multiplica su belleza por dos al reflejarse casi por entero en las aguas limpias de sus infinitas riberas y ensenadas.

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